Lenguaje, libros y lectura profunda: la tecnología más allá de las herramientas (y un sentido agradecimiento)

 

No somos meros creadores de herramientas

Se tiende a identificar las herramientas y las máquinas con la tecnología. No obstante (siguiendo la exposición de MUMFORD, 12 a 27), eso supone confundir una parte con el todo.

Si dejamos de lado el uso y la conservación del fuego, las técnicas primitivas humanas de fabricación de herramientas y utensilios no difieren en exceso de las de otros animales. De modo que lo que verdaderamente singularizó la capacidad de fabricación humana fue su combinación o modificación con «símbolos lingüísticos, diseños estéticos y conocimientos socialmente transmitidos».

La transformación que acompañó a la gran implosión cultural que tuvo lugar hacia el cuarto milenio a. C., y que suele denominarse como el nacimiento de la civilización (23), no puede explicarse como «el resultado de inventos mecánicos, sino de una forma de organización social radicalmente nueva». Esta «implosión de fuerzas políticas sagradas y de instalaciones tecnológicas no puede explicarse mediante ningún inventario de herramientas, máquinas elementales y procesos técnicos entonces disponibles».

En definitiva, lo que marcó la diferencia profunda de nuestra evolución con respecto a la del resto de especies no fue la «mano del hombre», sino su cerebro.

El ímpetu tecnológico presente hace que tendamos a sobreestimar a las herramientas (y las armas, los aparatos físicos y las máquinas) como el factor diferencial de nuestra especie. Pensar en nosotros mismos como (meros) «animales fabricantes» supone omitir etapas trascendentales de nuestra evolución «tecnológica».

De hecho (19), en griego clásico la palabra tekhné no distingue entre producción industrial y arte «refinado» o simbólico y durante gran parte de la historia humana estos eran aspectos inseparables, «pues por un lado se atenía a las condiciones y funciones objetivas, y por otro respondía a necesidades subjetivas».

No obstante (27), hemos trazado un cuadro distorsionado de nosotros mismos al interpretar la historia de acuerdo con los módulos de nuestro afán de fabricar máquinas y conquistar la naturaleza.

Y nuestro entorno presente, que tiende hacia una acelerada automatización, ha agudizado esta impresión de nosotros mismos como (meros) «homo faber» (o hoy «hombre tecnológico»), dando por supuesto que los instrumentos materiales de producción predominaron sobre todas las demás actividades. No obstante (27 y 28),

«hay valiosas razones para creer que el cerebro del hombre fue desde el principio mucho más importante que sus manos, y que su tamaño no puede haberse derivado exclusivamente de la fabricación y el uso de herramientas; que los ritos, el lenguaje y la organización social, que no dejaron huellas materiales, pero que están permanentemente presentes en todas las culturas, fueron, con toda probabilidad, los más importantes artefactos del hombre desde sus primeras etapas en adelante; y que incluso para dominar a la naturaleza o modificar su entorno, la principal preocupación del hombre primitivo fue utilizar su sistema nervioso, intensamente activo y superdesarrollado, dando así forma a un yo humano que cada día se alejaba más de su antiguo yo animal, mediante la elaboración de símbolos, las únicas herramientas que podía construir utilizando los recursos que le proporcionaba su cuerpo: sueños, imágenes y sonidos».

 

Las grandes transiciones evolutivas: eusocialidad y el lenguaje complejo

A pesar de lo descrito (MUMFORD, 27 y 28), tendemos a hacer especial hincapié en el uso de herramientas (sobreestimando su importancia), especialmente debido a la «renuencia a tener en cuenta otras pruebas que las basadas en descubrimientos materiales»; excluyendo otras actividades que, probablemente, fueron las invenciones más significativas de los hombres primitivos para nuestra evolución, pero que no dejaron reliquias materiales.

Por ejemplo, la capacidad de cooperación flexible fue determinante (HARARI, 151).

En efecto, entre las grandes transiciones o avances evolutivos (WILSON, 33 a 36), se encuentra la reunión de los organismos individuales de la misma especie en grupos (describiendo lo que sería la 5ª transición, tras la que se produjo de la unión de las células eucariotas en organismos pluricelulares).

Y la culminación de este proceso fue la aparición de los grupos eusociales, definidos como

«el nivel más alto de cooperación y división del trabajo en los que algunos individuos especializados se reproducen menos que otros. En otras palabras, las especies eusociales son aquellas que practican el altruismo».

Las primeras colonias eusociales conocidas son las de las termitas (hace unos 200 millones de años). Luego les siguieron las hormigas (50 millones de años más tarde). Y entre los antepasados homínidos africanos de la especie humana actual, lo más probable es que la eusocialidad fuera alcanzada (por el ancestral homo habilis) hace al menos unos 2 millones de años.

A esta transición le sucedió (de forma muy rápida) la aparición del lenguaje. Esta 6ª etapa evolutiva se refiere al «auténtico lenguaje», esto es, a algo más que la mera expresión facial, las posturas y los movimientos corporales o gruñidos, suspiros, fruncidos de ceño, sonrisas, risas y otras señales paralingüisticas compartidas por la mayoría de los humanos.

Y, en este sentido, volviendo con MUMFORD (28),

«la propia existencia de lenguas altamente articuladas y gramaticalmente complejas en los albores de la civilización, hace más de cinco mil años, cuando las herramientas seguían siendo aún muy primitivas, hace pensar que la especie humana pudo haber tenido necesidades mucho más fundamentales que ganarse la vida, ya que esto podía haber continuado haciéndolo de la misma forma que lo hacían sus demás antepasados».

El auténtico lenguaje (practicado exclusivamente por los humanos), como apunta WILSON (36), está formado

«por palabras y símbolos inventados a los que se les ha asignado un significado arbitrario, que luego se combinan para crear una variedad infinita de mensajes (…). Los mensajes generan historias, imaginadas y reales, situaciones del pasado, el presente y el futuro».

Y sobre la capacidad de proyectar el futuro, ya saben que esta particularidad tan «humana» es gracias a nuestro lóbulo frontal (GILBERT, 34 y 35), principalmente a través del conocimiento del pasado y alimentado por la «tendencia irreprimible» de nuestro hemisferio izquierdo a hallar relaciones de causalidad a todo lo que nos sucede (GAZZANIGA, 118). El sesgo retrospectivo no dejaría de ser una materialización de ello por debajo del nivel consciente.

En cualquier caso, (WILSON, 36), al lenguaje hablado

«le siguió la alfabetización, lo que permitió que cada pensamiento humano fuera potencialmente global. Los humanos podían preguntar a otros cualquier cuestión sobre cualquier otra forma de vida que les rodeaba, especie a especie, organismo a organismo».

Este instante es determinante para provocar la eclosión de nuestro progreso técnico (MUMFORD, 42), pues, el desarrollo de un sistema más elaborado de expresión y comunicación, pudo fortalecer la vida de grupo, incrementando la cooperación y la conformación de grupos de individuos mayores.

En definitiva (MUMFORD, 41 y 44), «los recientes triunfos tecnológicos sólo constituyen una fracción del inmenso número de componentes, enormemente diversificados, que entran en la tecnología de nuestra época, y que solo son una parte infinitesimal de toda la herencia de la cultura humana».

La superioridad que el lenguaje dotó a la especie humana evidencia que fueron los símbolos y no las herramientas lo que permitió que saliera de su estado puramente «animal». Y la forma más potente de simbolismo, el lenguaje, no dejó restos visibles hasta que estuvo plenamente desarrollado.

 

La aparición de la escritura, el libro y la lectura profunda

La cultura oral que la invención del lenguaje materializó, no obstante, se convirtió en un inconveniente cultural. Como expone VALLEJO (100),

«Cuanto mayor era la complejidad que alcanzaban las sociedades orales, más constante y angustiosa se volvía para sus habitantes la amenaza del olvido (…). Si no transmitían sus logros, cada generación tendría que volver a empezar fatigosamente desde el principio. Pero solo podían comunicarse a través de un sistema de ecos, ligero y fugaz como el aire. En la frágil memoria humana, encontraban su única esperanza de permanencia en el tiempo. Por eso, entrenaban la memoria hasta expandir al máximo su capacidad, eran atletas del recuerdo en lucha con sus propios límites. En su esfuerzo por perpetuarse, los habitantes del mundo oral se dieron cuenta de que el lenguaje rítmico es más fácil de recordar, y en alas de ese descrubrimiento nació la poesía».

Sin embargo, la oralidad dificultaba el acceso a reflexiones y frases abstractas.

Tras las tablillas preparadas a base de arcilla de los sumerios (sintetizando la fantástica exposición de CARR, 71 a 89), en las que grababan su escritura cuneiforme, fueron los egipcios los que (hacia el año 2.500 a. C.) empezaron a fabricar rollos de la planta del papiro (mucho más flexible, portátil y fácil de almacenar) y escribir en ellos.

Los griegos y romanos adoptaron los rollos como principal soporte de sus registros escritos, aunque con el tiempo, el pergamino, hecho de cuero de cabra u oveja, lo sustituyó como material elegido.

Un «poco» antes, la invención de los griegos del alfabeto fonético completo se convirtió en una de las revoluciones tecnológicas más importantes de la historia intelectual:

«el cambio de la cultura oral, en la que el conocimiento se intercambiaba sobre todo mediante el habla, a una cultura literaria, en la que la escritura se convirtió en el principal medio de expresión del pensamiento».

No obstante, este avance tuvo detractores ilustres. Para SÓCRATES, aunque el registro de los pensamientos por escrito tenía sus ventajas prácticas, en el fondo, entendía que provocaba una alteración de la mente de las personas, pues, suponía la sustitución de la memoria interna por símbolos externos. Y, al sustituir al recuerdo, se amenazaba, según él, al pensamiento intelectualmente profundo.

En cambio, PLATÓN (con su crítica a la poesía) supo ver los avances de esta revolución tecnológica. Especialmente, porque en una cultura oral (como se ha avanzado), el pensamiento se rige por la capacidad de la memoria humana y el conocimiento está limitado a lo que puede retener la mente. El lenguaje era un instrumento para facilitar la retención de información y simplificar su intercambio a través del habla:

«la dicción y la sintaxis se convirtieron en algo altamente rítmico, grato al oído; y la información se codificó en giros y frases comunes (…) al servicio de la memorización. El conocimiento se había incrustado en la ‘poesía’, según la definición platónica».

Esta revolución fue paralela a la sustitución del papiro por otros medios de escritura. La elaboración de los pergaminos era laboriosa y requería cierta habilidad y la creciente demanda a medida que la escritura se hizo más común, generalizó las tablillas de cera (permitiendo, incluso, el borrado de lo escrito). Y, cuando el texto era largo, estas tablillas eran cosidas unas con otras a través de una tira de cuero o tela. Innovación que también se extendió a los pergaminos, creándose (poco después de la época de Cristo) el primer libro.

No obstante, es interesante reparar que la aparición de esta tecnología no transformó la cultura oral, de modo que se escribía y leía de acuerdo con la misma. La lectura silenciosa no se practicaba, pues, todo se leía en voz alta (tanto en grupo, como cuando se hacía individualmente).

De modo que la escritura temprana carecía de espacios para separar las palabras (se sucedían ininterrumpidamente en toda línea de toda página). Esta escritura continua era una derivada del origen oral del lenguaje escrito. El orden de las palabras no era importante, pues, los escribas se limitaban a transcribir lo que dictaban sus oídos.

Con estos mimbres es fácil concluir que la lectura era un rompecabezas, pues, estaba sometida a una «carga cognoscitiva suplementaria» y, por lo tanto, estaba repleta de obstáculos y era lenta.

A medida que avanzaba la Edad Media, el número de lectores y el carácter instructivo y técnico de la lectura precipitaron la necesidad de que fuera más rápida y privada (y, por lo tanto, de liberar la carga cognoscitiva). Y ello llevó a la transformación más importante desde la invención del alfabeto fonético: la fijación de normas al orden de las palabras, organizándolas en un sistema sintáctico predecible y estandarizado.

Las oraciones empezaron a dividirse en palabras individuales, separadas por espacios y símbolos de puntuación. De modo que fruto de esta revolución tecnológica, en el Siglo XIII, la escritura continua estaba prácticamente obsoleta.

El incremento de la eficiencia en la lectura, que, en esencia, se tradujo en un acto «automatizado» para los más expertos, permitió dedicar más recursos a la interpretación del significado. Esto es, a la lectura profunda (como cuando nos «sumergimos» en un libro) .

La mayor atención humana que la aparición de los libros precipitó y estos avances tecnológicos en la forma de escribir y la puntuación, permitió aumentar la dificultad de lo que se exponía, abarcando aspectos de la vida humana que la escritura continua (y la cultura oral que representaba) limitaba.

Las digresiones se extendieron en complejidad y desafío para la comprensión y también en la necesidad de hallar términos nuevos y conceptos para expresarlos con mayor precisión. Y con ellas se intensificó la erudición, alterando obviamente la naturaleza de la educación. Proceso en el que las bibliotecas jugaron un papel central.

Lo que aconteció a partir de la invención de la imprenta a mediados del Siglo XV y, siglos más tarde, la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación es algo ampliamente conocido y no requiere mayor atención.

 

Y, entonces…, una gota en el océano: Una mirada crítica a las relaciones laborales…

La técnica que inspira las páginas webs y blogs consistente en asignarles un localizador universal (URL) y que permite su acceso por cualquier ordenador, como expone VALLEJO (42 y 43), no deja de ser una réplica del funcionamiento de las bibliotecas y la ordenación de los libros (una especie de Biblioteca de Babel de BORGES). De nuevo, el valor subyacente en este avance es eminentemente simbólico.

Pues bien, si han llegado hasta aquí, probablemente se pregunten por qué les he explicado todo esto.

Con la descripción de esta secuencia evolutiva he tratado de exponerles que este blog es un (simple y minúsculo) «derivado» directo de todos estos extraordinarios avances tecnológicos humanos, originados gracias a la eusocialidad y de la prodigiosa capacidad intelectual humana.

Gracias a todos ellos puedo comunicarme con ustedes, compartiendo reflexiones (espero que interesantes) e, incluso, algunas intimidades personales (como el «tormento» padecido durante el confinamiento con los deberes de flauta de nuestros hijos …).

Y he compartido estas líneas porque me complace comunicarles que este espacio está de celebración: en los más de seis años de vida del blog nunca antes había tenido tantas visitas en un mes (¡más de 200.000!).

Estoy (gratamente) abrumado por este número.

En definitiva, estoy en deuda con todos nuestros antepasados y el avance aluvional de la «tecnología» «simbólica» humana; y, sin duda, muy agradecido a los lectores por el interés mostrado por mi trabajo.

De verdad, muchas gracias.

 

 

 

 


Bibliografía citada

  • Nicholas CARR (2016), Superficiales, 4ª Ed., Taurus.
  • Michael S. GAZZANIGA (1993), El cerebro social, Alianza,
  • Daniel GILBERT (2006), Tropezar con la felicidad, Ariel.
  • Yuval N. HARARI (2017), Homo Deus, Debate.
  • Lewis MUMFORD (2010), El mito de la máquina, 3ª Ed., Pepitas de Calabaza.
  • Irene VALLEJO (2019), El infinito en un junco, Siruela.
  • Edward O. WILSON (2020), Génesis, Drakontos.

 

 

 

4 comentarios en “Lenguaje, libros y lectura profunda: la tecnología más allá de las herramientas (y un sentido agradecimiento)

  1. Buenos días.
    Gracias profesor.
    Desde la cuna de la humanidad (Puente Viesgo) , gracias. y si que pintábamos en nuestras cuevas , útiles de caza, herramientas de trabajo, simboloes que la humanidad actual desconoce, sabiamos contar, si que nos comunicábamos y organizabamos.
    Un abrazo y gracias.

  2. Agradecerle todo su esfuerzo en expresar y explicar su conocimiento y reflexiones sobre una pequeña parte de los intereses humanos pero que sin embargo es vital para la supervivencia y bienestar del ser humano en la civilización moderna cual es el trabajo y más en concreto la legislación que lo regula. Tal es la evolución y desarrollo de ésta, que pocos son los aspectos (seguro que esto es controvertido) que se quedan desregularizados aunque los que quedan en ese margen se intentan clarificar y resolver en una institución, la de la Justicia, otro «invento» en el que el lenguaje es la pieza clave para su funcionamiento y entendimiento.

  3. Senzillament estic impressionat per tot el que dius en el teu article i, és clar, orgullós d’haver-te tingut a classe quan eres un nen que començaves a conèixer el món, a interpretar-lo i a transformar-lo. Sóc un aprenent de mestre, ara jubilat, i em converteixo en deixeble teu quan tinc la sort de llegir-te o de dinar amb tu tot comentant les coses del món.

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