Hace un año, por estas fechas, empezábamos a tener algunas evidencias de lo que, posteriormente, sería una pesadilla.
No obstante (como traté de exponerles en «¿Por qué no lo vi venir?«), en aquel momento, me invadió una cierta desazón, pues, no supe interpretar aquellas señales y fui incapaz de anticiparme.
Pasados todos estos meses desde entonces y (dado que parece que es un opción encima de la mesa), al tratar de rememorar el confinamiento, sólo me vienen a la mente algunos días puntuales o hechos concretos. Es como si hubiera «comprimido» aquellos momentos, provocando la imposibilidad de distinguirlos.
No sé si comparten esta sensación.
Una parte de este tiempo pasado conforma, en el mejor de los casos, una especie de idea nebulosa. Y otra gran parte (la mayor), víctima de un ostracismo interior, ha sido colocada en el espacio más recóndito del palacio de la memoria.
La incertidumbre del momento, no sólo nos ha atrapado en el presente, sometiéndonos a un cortoplacismo extremo (como les expuse en «La ceguera del frente de batalla«), sino que también podría estar torpedeando la posibilidad de evocar aquellos días con claridad. La pesada monotonía de entonces (una especie de «día de la marmota» terroríficamente real), asimismo, podría estar contribuyendo a este efecto.
Quizás, dada la situación actual, puedan pensar que es lo mejor que podemos hacer.
A la luz de lo anterior, permítanme que, apartándome de los temas sociolaborales (ciertamente relevantes) que han monopolizado las entradas del blog en las últimas semanas (y a la espera de lo que probablemente serán unas intensas semanas/meses) comparta con ustedes algunas reflexiones sobre el olvido.
Aunque ya verán que sus implicaciones jurídicas no pueden pasarse por alto.
Espero que pueda serles de algún interés.
Las ventajas del olvido
No podemos evitar olvidar.
De hecho, tengan en cuenta que hacerlo tiene sus ventajas. Nuestro cerebro está “programado” para ello. Especialmente porque (GIGERENZER, 29 a 31) tener una memoria ilimitada, recordando con detalle prácticamente todo lo que nos ha acontecido en vida, tanto lo importante como lo más trivial, tiene un serio inconveniente.
Si, como le sucedía al periodista ruso SHERESHEVSKY (véase, LURIA), tuviéramos una memoria perfecta, en la que todo son detalles, no sería posible pensar en abstracto, pues, estaríamos saturados de datos, impidiendo la comprensión de los aspectos esenciales de lo que está sucediendo.
En efecto,
“olvidar impide que los innumerables detalles de la vida hagan críticamente más lenta la recuperación de experiencias importantes y debiliten así la capacidad de la mente para hacer abstracciones, deducir y aprender”.
Y, como les he apuntado al inicio, la reiteración también puede ser una causa del olvido. En efecto, como apunta BECK (25) olvidamos,
bien porque son cosas “tan monótonas que el propio filtro cerebral las descarta o bien porque son tan importantes que primero aguardan desordenadas en el subconsciente en estado latente para combinarse más adelante con otra información. En sentido estricto no ha olvidado esas cosas, simplemente no las recuerda en ese momento”.
Siguiendo, de nuevo, con GIGERENZER (139), el “olvido adaptativo” o el hecho de que dispongamos de una buena memoria funcional (como el menú de archivos de Microsoft Word, en el que sólo se enumeran los ítems más “recientes”), nos aporta una ventaja evolutiva (e, incluso, en determinados contextos, puede posibilitar buenas evaluaciones).
Es posible explicar este proceso (siguiendo ahora a OSTBY y OSTBY, 174 y 175) porque si los recuerdos no tienen algún “tipo de conexión con nosotros mismos y las cosas que significan algo para nosotros, se van desmoronando con el tiempo”. Y nuestro cerebro lo hace, de forma “inteligente”, pues, esto le permite “liberar espacio” para guardar nuevos recuerdos.
Son diversas las investigaciones que evidencian que este proceso comienza poco después de que el recuerdo haya entrado en el cerebro. Y es útil que así sea, pues, es mejor empezar enseguida que dejarlo para más tarde. Lo que (siguiendo con las citadas autoras) ha permitido comprender que
“olvido y la memoria van de la mano. Son dos caras de la misma moneda. Sin el olvido, la memoria se desbordaría. Es necesario olvidar algunas cosas para dejar espacio a recuerdos más importantes”.
Aunque, si lo recuerdan («El impacto de la revolución digital en el aprendizaje y el conocimiento del Derecho«), la sociedad de la información y «la red» están teniendo un impacto acelerado y profundo en nuestra memoria a corto y largo plazo (y no para bien).
Rememorando «constructivamente» los recuerdos
Asumiendo, pues, que el olvido es una necesidad, el problema se produce a la hora de rememorar estos recuerdos. Especialmente porque (OSTBY y OSTBY, 71), la memoria es “constructiva”, “toma fragmentos de lo que hemos vivido y el marco de la historia de lo sucedido”.
Aunque nuestros “sentidos, la atención y nuestra capacidad de interpretación no fueron capaces de captarlo todo hasta el más mínimo detalle (…), cuando evocamos el recuerdo, este parece estar intacto (…), creando un nuevo instante en nuestra memoria, como si llegara de una realidad paralela”. Detrás de un recuerdo, exponen las citadas autoras, “hay trabajo y un esfuerzo artístico”.
Por consiguiente (OSTBY y OSTBY, 69, 73, 104 a 106), la memoria crea a la vez que preserva. Tenemos una memoria “muy fragmentada y excéntrica y creativa”. En efecto, inventa nuevas historias en todo momento y esta reconstrucción la ejecutamos inconscientemente (no a propósito): “inventamos, estructuramos, moldeamos y, de repente, hemos incluido cosas que no hemos vivido, sino leído, oído o visto”.
Los recuerdos no son, en absoluto, de fiar, pues, sistemáticamente el hipocampo (como si fuera un director de cine) toma todos los elementos y rellena los huecos de los detalles que se perdieron en el inicio con el conocimiento más plausible que tenemos en el presente.
En este sentido, también BECK (54 y 55), refiriéndose a la memoria, apunta que no deja de ser
“un constructo porque, hablando estrictamente, cuando nos acordamos de algo no estamos recuperando un recuerdo. Por el contrario, lo que hacemos es producir un recuerdo nuevo”. De modo que “la información se transforma con el paso del tiempo, sobre todo, cuando se accede a ella y se recupera con frecuencia. Esto hace que la memoria sea vulnerable en dos aspectos: al registrar, al fijar después y, por último, al recuperar los recuerdos”.
Y lo más importante es que no somos capaces de distinguir entre los recuerdos ciertos de los inventados (no nos damos cuenta cuando recordamos algo que no ha sucedido nunca). En efecto (GILBERT, 99 y 100), esta
“recreación [a partir de datos no almacenados] se realiza a una velocidad tal y con tan poco esfuerzo que tenemos la ilusión (…) de que todo ello ha estado en nuestra mente desde el principio”.
Y esto sucede, incluso, cuando se trata de recuerdos de acontecimientos profundamente traumáticos. Como expone SCHULZ (211), “el puro poder de persuasión de la experiencia en primera persona no es un buen indicador de su fidelidad a la verdad”.
Como les exponía en «Sobre el error (y los falsos recuerdos y las pruebas testificales)«, son muchas las evidencias que muestran nuestra tendencia a tener recuerdos falsos (de hecho, la «curva del olvido de Ebbinghaus» describe una gráfica sobre la disminución progresiva de la exactitud de nuestros recuerdos cotidianos o no).
Tengan en cuenta que, cada vez que rememoramos (SCHULZ, 211), percibimos estos recuerdos como reales y cobran vida de nuevo, consolidándose la desviación con respecto a lo originalmente acontecido. Y, no podemos evitar creer que sí son lo que parecen. Especialmente porque, del mismo modo que “asumimos de forma automática [espontánea e inmediata] que nuestra experiencia subjetiva de algo es una representación fiable de las características del objeto en sí”, olvidamos que “nuestro cerebro es un hábil falsificador que urde un tapiz de recuerdo y percepción cuyo grado de detalle es tan creíble que resulta difícil determinar su falsedad”.
Así pues, concluyendo, si rememoran lo acontecido hace ya algunos meses, deseo que su capacidad de «reconstrucción» sea suficientemente creativa como para colorear aquellos días de recuerdo tan sombrío.
¡Cuídense!
Bibliografía citada
- BECK, Henning (2019), Errar es útil, Ariel.
- GIGERENZER, Gerd (2008), Decisiones instintivas. Ariel.
- GILBERT, Daniel (2017), Tropezar con la felicidad. Ariel.
- LURIA, Alexander Romanovich (2009), Pequeño libro de una gran memoria, KRK ediciones.
- OSTBY, Hilde y OSTBY, Ylva (2019), El libro de la memoria, Ariel.
- SCHULZ, Kathryn (2010), En defensa del error, Siruela.
«Pues yo lo recuerdo como si fuera ayer…». Quién no ha oído o dicho, no una sino en innumerables ocasiones, esta frase, mas lo cierto es que poco de lo que se recuerda tiene todos los ingredientes para considerarlo una remembranza fiel al acontecimiento o experiencia vividas. Los recuerdos se pueden mezclar con otros, propios o ajenos, con sueños; y después está la capacidad individual de narrarlos al interlocutor, lo cual es una tarea a veces imposible porque muchos recuerdos son fundamentalmente imágenes, emociones y sentimientos acompañados de sensaciones.
En los recuerdos están involucradas varias áreas del cerebro cada una con su «especialidad» funcional, de lo cual se deduce que cuando se rememora entran en juego aportando su granito de arena que provoca una distorsión de los componentes del recuerdo.
En todo caso, al que recuerda es difícil convencerlo de que su rememoración está plagada de inexactitudes y alteraciones de aquello que se experimentó con las limitaciones perceptivas y cognitivas del recordador. Sino pregunténselo a los testigos presenciales.
A todo esto, se me olvidó a que viene toda esta disertación.
Excelente artículo que me refresca algunos conocimientos que recuerdo haber recibido cuando estudié la licenciatura de Psicología pero que casi había olvidado.
Un cordial saludo.