Sobre rumores e información falsa

 

 

Sociedad de la información y el dedal que provee el entendimiento

En su extraordinario libro SILVER (16 y 17) afirma

«cualquier incremento de la cantidad de información por encima de nuestra capacidad de procesarla supone un peligro. Los últimos cuarenta años de la historia de la humanidad parecen sugerir que aún tardaremos mucho tiempo en hallar la forma de transformar la información en conocimientos útiles, y que, si no tenemos cuidado, es posible incluso que demos un paso atrás en el intento».

De hecho (24 y 25), vivimos en un momento de sobrecarga extrema de datos y, aunque se ha estimado que tenemos capacidad para almacenar tres terabytes de información, no deja de ser una parte minúscula de la que se genera diariamente en el mundo.

Como les exponía en otra ocasión («El impacto de la revolución digital en el aprendizaje y el conocimiento del Derecho«), y siguiendo la exposición de CARR (152 – 159), lejos de un mero repositorio de hechos, impresiones y sucesos, la memoria a largo plazo es la “sede del entendimiento”, al almacenar conceptos complejos y creando esquemas, de modo que, al organizar datos dispersos bajo un patrón de conocimiento, estos esquemas dotan a “nuestro pensamiento de profundidad y riqueza”.

Y la clave de este proceso es que “la profundidad de nuestra inteligencia gira en torno a nuestra capacidad de transferir información de la memoria de trabajo a la memoria a largo plazo”.

Pues bien, la transferencia de datos de la memoria a corto plazo a la de largo, es como si tuviéramos que “llenar una bañera con un dedal” (CARR, 154), con la particularidad que, en la sociedad de la información, tenemos

“muchos grifos de información, todos manando a chorros. Y el dedal se nos desborda mientras corremos de un grifo al otro. Sólo podemos transferir una pequeña porción de los datos a la memoria a largo plazo, y lo que transferimos es un cóctel de gotas de diferentes grifos, no una corriente continua con la coherencia de una sola fuente”.

La consecuencia de todo ello es que esta limitación nos fuerza (deliberadamente o no) a ser muy selectivos con los datos que decidimos/podemos recordar. Y, en este estadio – como expondré -, el sesgo de confirmación (del que les hablé extensamente a propósito de la labor judicial), juega un papel determinante.

Por si no lo recuerdan, una manifestación de este sesgo es que (HAIDT, 80) «hacemos nuestros juicios muy rápidamente, y somos terribles a la hora de buscar la evidencia que podría desmentir esos juicios iniciales». Y, como una derivada de lo anterior (77),

«razonamos moralmente no para reconstruir las razones reales por las que nosotros mismos hemos llegado a un juicio; lo hacemos para encontrar las mejores razones posibles por las que alguien más debería compartir nuestro juicio».

SILVER (25), por su parte, sin vincularlo directamente al sesgo de confirmación, sugiere que la sobrecarga de información que se produjo tras la invención de la imprenta provocó un aumento del sectarismo:

«de pronto, las diferentes concepciones religiosas podían esgrimir más información, más convencimiento, más ‘pruebas’, y que eso se tradujo en una tolerancia menor hacia las muestras de disconformidad».

Y añade una reflexión que comparto íntegramente,

«Todo parece indicar que a día de hoy estamos asistiendo a la repetición de ese mismo fenómeno (…). Las creencias partidistas pueden desestabilizar la ecuación según la cual una mayor cantidad de información nos acerca más a la verdad».

Y, en este contexto (caracterizado por un exceso de información, dificultad para procesarla y el sesgo de confirmación), la rumorología y las noticias falsas, aunque son conceptos ciertamente resbaladizos, tienen el campo abonado para expandirse ampliamente.

Sobre estas cuestión me gustaría dedicar las siguientes líneas.

 

Rumores, cascadas sociales, polarización grupal y sesgo de confirmación

Tomando la idea de SUNSTEIN (34), no sólo existe una «industria de la indignación» en los medios de comunicación, sino que, además, existen propagadores individuales de los mismos que lo hacen de forma «altruista». Esto es, con la voluntad de ayudar a la causa que respaldan.

Esta cadena de acontecimientos facilita las «cascadas sociales» y pueden verse amplificadas por nuestra tendencia a polarizar nuestras opiniones (las que sean) cuando pertenecemos o participamos en un grupo; mostrándonos más extremistas de lo que somos cuando estamos solos.

Tengan en cuenta que en la mayor parte de los casos (SUNSTEIN, 23) «carecemos de un conocimiento directo o personal sobre los hechos que motivan la mayoría de nuestras opiniones». Y esto, quieran o no, nos deja especialmente indefensos para tener una composición siquiera aproximada de lo que realmente está aconteciendo en nuestro entorno.

Y nuestra tendencia compulsiva a los «Likes»/»Retweets» sin reparar en el contenido de lo que estamos contribuyendo a propagar describe las condiciones para una tormenta perfecta.

En este contexto, el sesgo de confirmación anunciado, adquiere una papel central.

En efecto, en muchas ocasiones, como si de un ancla se tratara, damos por buenos algunos rumores, no tanto por la credibilidad de la fuente o la certeza (mayor o menor) de la información que contienen, sino porque se adecuan con éxito «a las convicciones previas de quienes las respaldan». Simplemente, «[estamos] predispuestos a dar por buenos ciertos rumores porque son compatibles con [nuestros] intereses».

Tendemos, pues, (39 y 40) a «reducir la disonancia cognitiva negando afirmaciones que contradicen [nuestras] creencias más profundas». En definitiva, no es infrecuente que la creencia o no de un rumor dependa, en último término, del hecho de que se corresponda o no con lo que ya sabíamos con anterioridad. Así pues, nuestro «umbral de creencia» de un rumor viene fuertemente delimitado por nuestras convicciones anteriores.

Así pues (69, 28, 37 y 41), no procesamos la información de forma neutral, sino que, somos víctimas de una «asimilación tendenciosa» que nos lleva a «consumir» información nueva de forma parcial.

No obstante, también puede suceder que la «cascada social» sea de tal magnitud que el rumor acabe siendo asimilado por un número suficiente de personas como para, describiendo un «punto de no retorno» (o – añado – de «saturación informativa»), acabar convenciendo también a los más escépticos (o, al menos, a anidar en ellos un umbral de duda o incertidumbre).

 

Sobre el error

En una entrada anterior («Sobre el error (y los falsos recuerdos y las pruebas testificales)«) les hice referencia al carácter automático e imperceptible del error. Permítanme que lo vuelva a exponer porque está estrechamente vinculado con todo lo expuesto.

Debemos partir de la base de que (SCHULZ, 62) «no podemos percibir cómo percibimos». Los «mecanismos que dan lugar a nuestras percepciones operan casi enteramente por debajo del nivel consciente», de modo que (y este es un fragmento que estimo especialmente importante),

«como no podemos aprehender estos procesos en acción ni tampoco tomar nota de los lugares en los que podría introducirse el error, creemos que no podemos equivocarnos. O, dicho con más exactitud, no creemos que podamos equivocarnos. El ser totalmente ajenos al acto de interpretación hace que seamos insensibles – literalmente – a la posibilidad del error».

De modo que (28 y 29) si es «literalmente imposible sentir que estamos equivocados (…) entonces tiene sentido concluir que estamos en lo cierto».

Y esto es así porque «no existe ninguna experiencia de equivocarse», sino que, en cambio, sí que tenemos la «experiencia de darse cuenta de que uno se ha equivocado». Mientras no somos conscientes de que estamos equivocados, creemos estar en lo cierto. Y en este estadio, no hay margen para el error (somos víctimas de la «ceguera al error»). Lo que nos ofrece una nueva evidencia de los factores que nos impulsan a defender nuestras convicciones con uñas y dientes (al margen de su certeza).

De ahí que los rumores y las falsedades sean tan peligrosos, pues, nos convierte en portavoces a ultranza de lo incorrecto.

De modo que «la ceguera al error contribuye a explicar por qué aceptamos la falibilidad como un fenómeno universal [esto es, en los otros] y sin embargo nuestras propias equivocaciones nos sobresaltan constantemente».

Y, quizás (si se han equivocado alguna vez), se identifiquen con el hecho de que (31)

«el reconocimiento de nuestros errores es una sensación extraña: acostumbrados a discrepar de otros, de pronto nos encontramos en desacuerdo con nosotros mismos«.

Y esta fractura entre la realidad interior y la exterior puede llegar a ser profundamente perturbadora, pues, un instante antes, nos movíamos cómoda y confiadamente en un ámbito de verosimilitud.

 

Estado de ánimo, conformidad y la dificultad para combatir la desinformación

Finalmente, me gustaría destacar tres factores que pueden incidir notablemente en la asimilación y propagación de rumores y falsedades: nuestro estado de ánimo, la conformidad y la dificultad para desmentir un rumor.

En relación al primer elemento, el padecimiento de un agravio previo es un factor determinante para incrementar nuestra susceptibilidad a aceptar cierto tipo de información que justifique nuestro estado emocional. En efecto, tengan en cuenta que los rumores tienen facilidad de propagación (SUNSTEIN, 86)

«en situaciones que se caracterizan por la tensión social. Aquellos que sufren ansiedad durante un período largo de tiempo (…) son propensos a creer y difundir rumores».

En paralelo, el sesgo de conformidad puede jugarnos una mala pasada. Si lo recuerdan, este se refiere a nuestra tendencia a alinearnos con opiniones dispares a las nuestras pero mayoritarias en un grupo al que pertenecemos para, precisamente, no sobresalir en el mismo. Pues bien, esta tendencia a «seguir la senda de la mayoría», también puede ser un poderoso factor para acabar interiorizando informaciones, pese a que dudemos de su certeza o de la fuente de la que emanan.

A su vez, no es infrecuente que el sesgo de confirmación haga que todo intento de desmentir un rumor tenga un «efecto boomerang», esto es, acabe reforzando la opinión de quienes habían asimilado inicialmente ese rumor como cierto (76 y 77):

«una vez que una cascada ha difundido información falsa o la polarización de grupos ha consolidado una creencia falsa, a quienes dicen la verdad con el propósito de disipar el rumor puede que el tiro les salga por la culata».

 

Valoración final (con un consejo): «desactiven» a su «Homer Simpson» (¡si pueden!)

En el fondo (y para concluir), reparen que nos encontramos probablemente ante una de las mayores amenazas de nuestras democracias y, como individuos, probablemente nos encontramos ante una evidente «desigualdad de armas».

Frente al riesgo de desinformación (deliberada o no) al que estamos expuestos, creo que el método más efectivo es permanecer en un estado de crítica permanente y, en la medida de nuestras posibilidades, mantener activos los «filtros» que nos permitan, al menos, cuestionarnos si la fuente es fiable y, en el mejor de los casos, si el dato recibido tiene visos de certeza o no.

En definitiva, si me permiten un consejo, de lo que se trata es de tener a nuestro «Yo» más impulsivo e irreflexivo (ya saben, nuestro «Homer Simpson» o «sistema 1») el mayor tiempo posible «inactivo». Siguiendo (¡como no!) a KAHNEMAN (111 y 112)

«cuando el Sistema 2 se compromete en otra operación, creeremos cualquier cosa. El Sistema 1 es crédulo, tiende a creer, y el Sistema 2 se encarga de dudar y no creer, pero el Sistema 2 está a veces ocupado, y a menudo es perezoso. Hay, pues, evidencias de que las personas son más susceptibles de ser influidas por mensajes persuasivos vacuos, como los publicitarios, cuando están cansadas o agotadas».

Ya sé que como «remedio» («desactivar» a nuestro «Homer Simpson») no es mucho, pero me temo que, dado el tsunami de datos al que estamos expuesto diariamente, poco más puede hacerse.

En todo caso, no cabe duda que con esto también nos estamos jugando mucho.

 

 

 

 

PD: si me lo permiten, les confesaré que, aunque en un contexto de hiperconectividad y consumo bulímico de datos, la desconexión no es una decisión fácil, desde hace algún tiempo, me «inflijo» períodos de abstinencia informativa severa.

Esto me ayuda a tomar cierta perspectiva y, de este modo, también a tratar de identificar las «señales» entre el «ruido» (esto, por ejemplo, permite constatar que la «actualidad» informativa – especialmente la política – es cíclica y, al moverse sobre sí misma como una noria, puede uno reengancharse en cualquier momento …).

 


Bibliografía citada

  • CARR, N. (2009), Superficiales, Taurus.
  • HAIDT, J. (2018). La mente de los justos. Deusto.
  • KAHNEMAN, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Debolsillo.
  • SCHULZ, K. (2015). En defensa del error. Siruela.
  • SILVER, N. (2014). La señal y el ruido. Atalaya.
  • SUNSTEIN, C. R. (2010). Rumorología. Debate.

 

 

Finalmente, les recuerdo que en este enlace puede acceder a todas las entradas publicadas en relación al COVID-19 y en este a la síntesis cronológica de todos los RDLey aprobados.

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