Autocontrol, tentaciones y economía de la manipulación

 

En entradas anteriores les he hablado de nuestros sistemas cognitivos: «Sistema 1» y «Sistema 2»:

– El primero se refiere a la parte más intuitiva, emotiva, rápida, impulsiva e irreflexiva de nuestro ser.

– En cambio el «sistema 2» se refiere a nuestro pensamiento deliberativo, razonado y calculador. Este segundo tiene la particularidad de que es lento y perezoso.

Como saben, una de las particularidades del «Sistema 1» es que da pie a heurísticas, esto es, atajos mentales, llevándonos a tomar decisiones disfuncionales o, directamente, cometer errores.

La cuestión es que el «Sistema 1», como les apunté en una entrada anterior, tiene unas características que, si pudieran “personificarse”, probablemente se identificarían con el entrañable “Homer Simpson”.

Tratándose de un personaje universal (que no necesita presentación), permítanme que recuerde una de sus «anécdotas» (de entre otras muchas):

En un episodio, Homer tiene a su disposición algo parecido a un «teletransportador de partículas». La cuestión es que el mejor uso que se le ocurre para tan prodigiosa invención es instalárselo en su habitación para poder coger las cervezas Duff de la nevera estando estirado en su cama …

Pues bien, esta entrada tratará de abordar una manifestación muy específica de esta dimensión de nuestro «Homer Simpson» interno … (o, al menos, del mío).

Y, en concreto, sobre dos aspectos:

– Por un lado, sobre nuestras dificultades de autocontrol, también conocidas como «sesgo hacia el presente» (o – más técnicamente – «descuento cuasihiperbólico»); y

– Por otro lado, en qué medida esta debilidad humana es explotada por el mercado en nuestra contra (fenómeno que los Premios Nobel de Economía AKERLOF y SHILLER denominan «economía de la manipulación»).

Espero que les resulte interesante.

 

A. Autocontrol y sesgo hacia el presente

En pocas palabras (siguiendo al – Premio Nobel – THALER, 2016, p. 137 y ss.), el sesgo hacia el presente evidencia las diferencias que hay entre lo que queremos y lo que escogemos, lo que hace que nos comportemos de forma inconsistente en el tiempo:

Si, a la hora de organizar la cena de Navidad de la empresa, en noviembre nos preguntan qué querremos de postre y nos dan a elegir entre fruta o pastel, es posible que, si queremos mantener la «figura» y anticipándonos a los «efectos colaterales» de esos días pantagruélicos, en ese momento, escojamos la fruta;

No obstante, el día de la cena, después de los dos magníficos primeros platos, es posible que pensemos: «ya que estamos…, ¡¿porqué no rematar la faena con un buen pastel?!».

Esto contradice una de las máximas de la teoría de la elección racional (de hecho, es un elemento particularmente perturbador para la misma y sus seguidores), pues, sin la aparición de nueva información, no deberíamos cambiar nuestros planes.

En definitiva, en algunas elecciones intertemporales, la autoridad de nuestro «Sistema 2» queda en entredicho por la rapidez del «Sistema 1».

 

B. Nuestra fuerza de voluntad

El sesgo descrito en el apartado anterior, desvela un aspecto estrechamente vinculado: «nuestra fuerza de voluntad».

Y, en relación a esta cuestión, y les hablo desde mi experiencia personal (quizás, no generalizable), no es infrecuente que esto se traduzca en la aparición de algunos dilemas internos.

De algún modo, este conflicto se produce entre los deseos y preferencias de nuestro «yo del presente» y los de nuestro «yo del futuro».

Por ejemplo (entre otras muchas situaciones), es probable que si queremos estar sanos, pensemos que conviene hacer ejercicio físico y/o bien llevar una alimentación más saludable. Sin embargo, a pesar de tener el objetivo muy claro, podemos tener «problemas» para materializar nuestros deseos.

De hecho, es posible que dilatemos su ejecución o no seamos todo lo constantes en el tiempo que deberíamos (o desearíamos). En estos casos, es posible que en nuestra mente se reproduzca un «diálogo» de este «estilo» (o algo parecido):

– el «yo del presente» confía que el «yo del futuro» hará en el futuro aquello que el «yo del presente» quiere hacer pero que acaba postergando porque no encuentra el momento de hacerlo (o no puede resistirse a la tentación – no podemos contenerla).

– el «yo del futuro» confía que el «yo del presente» haya sido suficientemente disciplinado en el pasado y haya estado haciendo lo adecuado para que el «yo del futuro» acabe estando más sano.

Ya ven que, fruto de este «diálogo» (o «cadena de confianza»), no es infrecuente que, al final… «entre una cosa y la otra, casa se quede sin barrer» …

 

C. La severidad de la procrastinación

Tendemos a procrastinar porque (ARIELY y KREISLER, 2018, p. 267) tenemos problemas con

“las recompensas a largo plazo y con el autocontrol. Nos cuesta mucho resistir la tentación, incluso aunque sepamos muy bien qué es lo que conviene y lo que nos estamos jugando”.

Y, en esta línea, siguiendo a THALER (2016, p. 173)

“la mayoría de nosotros somos conscientes de tener problemas de autocontrol, pero muchas veces subestimamos su severidad, por lo que puede decirse que somos ingenuos respecto a nuestro propio nivel de sofisticación».

Las implicaciones de este sesgo en nuestra vida personal y profesional son muchas (y de importancia desigual). Por ejemplo, entre otras, afecta a nuestras decisiones sobre nuestra salud, el momento y la cuantía de nuestro ahorro o la previsión de medidas para prepararnos para la jubilación. De hecho, también estimo que pueden proyectarse a las organizaciones empresariales en tanto que están formadas por personas – por ejemplo, a la hora de atender/anticipar contingencias empresariales, etc. (aspectos que, dada su relevancia, espero poder tratar en otro momento).

 

D. El mercado y la promoción sin límite de las tentaciones

En todo caso, el principal problema que desvela esta realidad en los apartados anteriores es que, aunque seamos conscientes de este sesgo, como apuntan ARIELY y KREISLER (2018, p. 270) «casi todo en la sociedad en que vivimos alienta y recompensa la pérdida del autocontrol».

Y añaden:

«la tentación no sólo está en todas partes, sino que cada vez se nota más. Piense en ello: ¿qué pretende la omnipresente publicidad que hagamos? ¿Acaso le importa lo que pueda ser bueno para nosotros dentro de veinte o treinta años? ¿Se preocupa por nuestra salud, nuestra familia, nuestros vecinos, nuestra productividad, nuestra felicidad o nuestra figura? La verdad es que no mucho».

Y las tecnologías de la información y la comunicación no hacen más que amplificar exponencialmente nuestras tentaciones.

Lo que nos lleva al último epígrafe de esta entrada sobre los «monos-en-los-hombros»

 

E. «Los monos-en-los-hombros»

Los economistas AKERLOF y SHILLER (2015, p. 30 a 32) en el libro «Economía de la Manipulación», exponen los experimentos desarrollados con unos monos capuchinos para que aprendan a usar el dinero para comerciar.

En estos experimentos, los monos desarrollaron un «reconocimiento de los precios y los beneficios esperados, e incluso llegaron a intercambiar sexo por dinero».

Si, prosiguen los autores, los monos pudieran comerciar con los humanos, les diéramos dinero suficiente y se convirtieran en clientes de negocios con ánimo de lucro gestionados por humanos, sin protección regulatoria, el «sistema de libre mercado, con su avidez por los beneficios, proveería cualquier cosa que los monos eligieran comprar».

Y añaden una reflexión especialmente relevante:

«Podría esperarse un equilibrio económico con invenciones que apelaran a extraños gustos de los monos. Esta cornucopia ofrecería a los monos sus elecciones; pero esas elecciones serían muy diferentes de lo que les hace felices (…). Los capuchinos tienen una capacidad limitada de resistirse a las tentaciones. Casi con total seguridad se volverían ansiosos, malnutridos, agotados, adictos, pendencieros y enfermos».

Como habrán podido imaginar, este experimento tiene su correspondiente reflejo en los humanos.

Aunque ciertamente somos más listos que los monos, esta dicotomía de comportamientos («hacer aquello que nos conviene y es bueno para nosotros» y «aquello que realmente acabamos haciendo») está también presente en nuestro día a día. De hecho, es posible que fruto de nuestras decisiones, acabemos haciendo cosas que no sean, «de hecho, ‘buenas para nosotros'».

Y, añaden,

«podemos pensar en nuestra economía como si todos llevásemos un mono en nuestros hombros cuando vamos de compras o cuando tomamos decisiones económicas. Estos monos en nuestros hombros existen en forma de debilidades que han sido explotadas por los comercializadores desde siempre. Por esas debilidades, muchas de nuestras opciones difieren de lo que ‘realmente deseamos’, o, dicho de otro modo, difieren de lo que es bueno para nosotros. En general no somos conscientes de ese mono en nuestros hombros».

La cuestión es que (siguiendo con AKERLOF y SHILLER, 2015, p. 17) los mercados no sólo producen «abundancia de cosas que la gente desea», sino que también

«crean un equilibrio económico que es altamente adecuado para entidades económicas que manipulan y distorsionan nuestro juicio, utilizando prácticas empresariales que son análogas a cánceres biológicos que se instalan en el equilibrio normal del cuerpo humano».

En definitiva,

«en la medida que tengamos debilidades en saber lo que realmente deseamos, y también en la medida que esas debilidades puedan ser rentablemente generadas y alimentadas, los mercados aprovecharán la oportunidad de incidir en ellas. Se acercarán y se aprovecharán de nosotros. Nos harán caer como incautos».

 

F. Una buena noticia: ¡(no todo está perdido) tenemos soluciones!

En cualquier caso, como exponen ARIELY y KREISLER (2018, p. 271)

«la buena noticia es que no estamos totalmente indefensos ante todo esto: podemos superar algunos de estos problemas estudiando nuestro propio comportamiento, los retos a los que nos enfrentamos y la forma en la que nuestro entorno financiero nos alienta a tomar malas decisiones».

Y aunque es obvio que la tecnología puede ayudarnos (por ejemplo, a «idear formas de usar el dinero que sean favorables a nuestros propios intereses»), creo que convendría no caer en el «solucionismo tecnológico» (MOROZOV, 2015), pues, basta apelar a nuestra fuerza de voluntad para resistir las tentaciones.

En cualquier caso, lo que sí que espero es que la tecnología avance lo suficiente como para tener una máquina como la de Homer y así poder tirar la basura en el container de la calle desde mi cocina …

 

 


Bibliografía citada:

  • AKERLOF, G. A. y SHILLER, R. J. (2015). La economía de la manipulación, Deusto.
  • ARIELY, D. y KREISLER, J. (2018). Las trampas del dinero. Ariel.
  • THALER, R. (2016). Todo lo que he aprendido con la psicología económica. Deusto.
  • MOROZOV, E. (2015). La locura del solucionismo tecnológico. Katz.

 

 

 

1 comentario en “Autocontrol, tentaciones y economía de la manipulación

  1. Desgraciadamente el sistema de libre mercado, aún siendo insuficientemente, regulado y controlado desde los poderes del Estado o supranacionales, ejerce una inmensa presión y genera unas dinámicas e inercias en los individuos y grupos sociales que el autocontrol que en algún momento tuvieron sobre su voluntad y comportamiento, se reduce en un importante grado y su autopercepción del mismo se distorsiona en igual medida (mediante un inconsciente mecanismo de compensación y autoengaño que crea a su vez un estado de confort, autoestima y autoevaluación positivas) .
    Es un indicutible hecho que el sistema de libre mercado y capitalismo más o menos regulado se asienta sobre el principio del liberalismo económico de «todo se compra y vende» y siendo así, «todo tiene un precio», con lo que si algo se demanda, el mercado libre debe satisfacer esa necesidad, y ese principio no tiene más límite que la imposibilidad o las trabas para conseguir lo demandado. Naturalmente este principio de «todo se compra y vende» distorsiona en las personas y grupos sociales la percepción de la realidad o los valores y sus juicios sobre estos o sobre sí mismos, que puede conducirles a la destrucción de otras personas y grupos para hacerse con lo deseado (guerras económicas). De igual modo, y el estudio con los capuchinos lo evidencia, la percepción de la posibilidad u opción de poder adquirir cualquier cosa con cierta facilidad, nos induce a ser caprichosos e impulsivos con baja tolerancia a la frustración y a la espera.
    Por otro lado, el ingente bombardeo de publicidad de productos y servicios («promoción sin límite de las tentaciones»), que cubren necesidades básicas, reales o artificialmente creadas por los grupos económicos e ideológicos, es de tal envergadura y con ausencia de pausa y límite temporal alguno que facilita y propicia la adicción a cualquier actividad o sustancia. Tal es así que hoy en día pocos se salvan de esto o sea de, dicho metafóricamente ,»llevar monos sobre los hombros» (o el diablo recordando un viejo anuncio televisivo, que alternaba con un angel según el hombro).
    Como el profesor Ignasi señala, «no todo está perdido y hay soluciones. Ahora bien, el primer paso es ver y tomar conciencia del problema o impedimento (descontrol) por el individuo o el colectivo social, y siguiendo a éste, untomara segunda etapa es la admisión de la incapacidad o gran dificultad de autocontrol (del comportamiento o consumo) aceptando la necesidad de ser ayudado por otro u otros. Estos son los pilares fundamentales, toma de conciencia y admisión de necesitar ayuda, sobre los que toda terapia o cualquier método de intervención (coaching y demás técnicas de ayuda y autoayuda) se asientan cuando hay problemas de autocontrol. Por otro lado, una de las dificultades para alcanzar el éxito de la intervención es el diagnóstico acertado sobre la raíz o raíces desde las que nacen y se desarrollan los problemas y dificultades, pues la intervención sin considerar el origen y el contexto está abocada a obtener una eficacia relativa, parcial y temporal.
    Por finalizar, vemos cómo dentro de un Sistema Socioeconómico factores externos a un individuo o grupo (economía de libre mercado y bombardeo publicitario) interactúan con factores internos (necesidades, autocontrol, percepción) creando patrones de comportamiento conflictivos e incapacitantes que a su vez generan reacciones defensivas, mediáticas o colaboradoras en una múltiple retroalimentación del Sistema en su conjunto.

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