El propósito de esta entrada es compartir una reflexión sobre nuestras reacciones como personas a ciertos acontecimientos dramáticos (como un atentado terrorista o un accidente aéreo – como lamentablemente ha sucedido estos últimos días). Y, en concreto, analizar el miedo que suscitan y el efecto que éste tiene en nuestra forma de pensar y actuar.
Espero que no les importe que, en esta ocasión, me aparte de las temáticas de análisis que vienen siendo habituales en este blog y les hable, entre otras cosas, de la «heurística de la disponibilidad» (ya abordada en otro momento), el «descuido de la probabilidad» y el impacto que ambos tienen en nuestro comportamiento si se combinan. Especialmente, porque nos inducen a temores injustificados e irracionales.
Y creo que el interés en estas cuestiones radica en el hecho de que vivimos en una sociedad que explota esta debilidad humana de una forma extrema (en especial, los medios de comunicación y los partidos políticos).
Permítanme, pues, que trate de exponerles una posible explicación de cómo funcionan estos procesos en nuestra mente y de cómo influyen en nuestro comportamiento individual y social.
A. Sobre la heurística de la disponibilidad (de nuevo) y la precaución
En una entrada anterior, en el marco de la economía de las plataformas, les hablé de la heurística de la disponibilidad.
Si lo recuerdan, esta idea se refiere a que tendemos a calcular la probabilidad sobre un determinado suceso preguntando a la mente un ejemplo fácilmente disponible.
La cuestión es que la disponibilidad tiene un efecto muy importante a la hora de tomar precauciones, especialmente porque (SUNSTEIN, 2006, p. 15) «si no vienen ejemplos a la mente [no están «disponibles»] pero el riesgo estadístico es alto, la heurística puede dar a la gente una sensación injustificada de seguridad».
Y lo mismo cabe decir a la inversa, pues, «si un incidente está rápidamente disponible en la mente pero es estadísticamente infrecuente, la gente va a sobreestimar el riesgo».
La conclusión, entonces, es que la heurística de la disponibilidad (SUNSTEIN, 2009, p. 95)
«puede conducirnos a serios errores de hecho, tanto en términos de reacciones excesivas ante riesgos pequeños que están cognitivamente disponibles como de reacciones insuficientes ante riesgos que no lo están».
Por consiguiente, (SUNSTEIN, 2009, p. 57) la heurística de disponibilidad condiciona nuestras medidas de precaución, pues, al mostrarnos los peligros que están a la vista, propicia que adoptemos medidas de protección; y, en cambio, nos despreocupamos respecto de los que no lo están, siendo manifiestamente descuidados al respecto (lo que, en el extremo, explicaría nuestra absoluta incapacidad de predecir lo que TALEB denomina «cisnes negros»).
No obstante, si nos centramos en los riesgos que están a nuestra vista, hay algunos que, pese a ser claramente infrecuentes, tienen un poderoso efecto psicológico en nosotros, como, por ejemplo, un accidente de aviación o actos terroristas, especialmente si son recientes.
En efecto, (siguiendo a PINKER, 2018, p. 66 y 67) los «recuerdos recientes, vívidos, sangrientos distintivos o tristes», pueden ocupar un lugar destacado en el «buscador de nuestra mente». E, incluso, un caso aislado, con la «ayuda» de los medios de comunicación, puede extenderse y contribuir a que esté «disponible» de forma generalizada, incrementando la preocupación pública.
En estos casos (retomando la exposición de SUNSTEIN, 2006, p. 85, 116 y 117), especialmente si son muy publicitados, es muy probable que el recuerdo se encuentre fácilmente «disponible» y haga que la gente piense que es probable que ocurra otro acto similar, sea así o no en la realidad.
Lo que tiene una relevancia enorme en nuestros pensamientos y conductas (por ejemplo, un acto terrorista en un medio de transporte público de una democracia occidental lejana, puede empujarnos a no coger el tren en nuestra ciudad, o bien, a estar temerosos si nos subimos, al menos, durante un tiempo).
E, incluso, no es infrecuente que determinados riesgos infrecuentes disponibles impacten en la mente del legislador, impulsando iniciativas legislativas; o bien, que estas se acaben adoptando porque haya un clamor popular por una intervención legal y el legislador atienda a esta petición (destinando recursos públicos a riesgos improbables que podrían invertirse otros ámbitos más necesitados). En este sentido, el código penal (y su reforma) es una «víctima recurrente» de estos procesos.
En paralelo, también debe tenerse en cuenta que pueden concurrir elementos que aceleren y amplifiquen la disponibilidad, pues, exhibimos un miedo desproporcionado ante riesgos que nos resultan poco familiares y difíciles de controlar (mucho más que si son recurrentes, como los accidentes de tráfico – pues, nos acabamos habituando a ellos o nos resultan familiares). De hecho, es más frecuente que la gente tenga miedo a volar que a conducir el coche (pese a que se producen muchas más víctimas en los accidentes de tráfico).
Repárese que la aparición de un nuevo riesgo o si es extraño provoca que se le preste mucha más atención de lo que las estadísticas o las probabilidades justificarían.
Y, en este sentido, por ejemplo, cuando se trata de actos terroristas, es frecuente que tales riesgos nos parezcan como nuevos y extraños y, en apariencia, difíciles de controlar, provocando «un temor público intenso y generalizado». Y, además, si nos dan a escoger, tendemos a centrarnos en el peor de los escenarios posibles, evidenciándose un «sesgo alarmista«.
B. Disponibilidad, predisposición y sesgo de confirmación
Un aspecto importante de la disponibilidad es que no es homogénea para todas las personas (SUNSTEIN, 2009, p. 116, 117 y 127 y ss.), pudiendo variar de un lugar a otro (por ejemplo, la percepción del riesgo asociado a las prácticas sexuales inseguras puede ser ostensiblemente distinta entre colectivos de personas de edades, culturas o entornos sociales diferentes).
Una posible explicación de esta disparidad es la «predisposición». Si estamos predispuestos a tener determinados miedos, hace que estemos especialmente atentos a incidentes que estén relacionados con ese temor.
Por ejemplo, si estamos predispuestos a preocuparnos por el terrorismo, somos insensibles a los grados de improbabilidad de este riesgo, de modo que aunque sea bajo, difícilmente este dato será suficiente para consolarnos y no consiga que nos despreocupemos.
Y, el origen de la predisposición se encuentra en nuestras creencias. De modo que éstas pueden ayudarnos a hacer que ciertos hechos estén más disponibles que otros en nuestro «buscador de la mente» (de hecho, la predisposición y la disponibilidad se retroalimentan).
Lo que también está muy relacionado con lo que se conoce como «sesgo de confirmación» (SUNSTEIN, 2009, p. 147): tendemos a buscar evidencias o información que confirmen nuestras creencias o hipótesis originales (de ahí que, añado, no sea infrecuente que las personas leamos, veamos o escuchemos medios de comunicación para que precisamente nos digan – confirmen – lo que queremos oir).
Y, en paralelo, no puede obviarse el impacto de la influencia social en la disponibilidad (ni tampoco el proceso de polarización que experimentamos si existe cierta afinidad en las ideas o miedos en el grupo de personas a los que pertenecemos – es lo que se llama «polarización grupal«).
En estos contextos, el miedo puede expandirse como un reguero de pólvora.
C. El descuido de la probabilidad
En los casos en los que las emociones están especialmente involucradas (como podría ser un accidente o un acto terrorista), además, somos muy propensos al «descuido de la probabilidad«.
Esto es (SUNSTEIN, 2006, p. 15 y 16), «cuando se desatan fuertes emociones, la gente tiende a centrarse en el caso peor y no piensa en absoluto acerca de cuestiones de probabilidad». De modo que la «gente se muestra altamente sensible a los resultados», y «variaciones significativas en su probabilidad no afectan mucho el pensamiento y la conducta».
Y esto es predicable tanto en situaciones que experimentamos miedo como de esperanza (o ilusión – como en la lotería).
De modo que (SUNSTEIN, 2009, p. 97, 98 y 103), si el resultado es «rico en afecto», esto es, presupone no sólo una gran pérdida sino que además produce emociones fuertes, entre ellas, el miedo, es muy probable que se haga caso omiso de diferencias significativas en la probabilidad, concentrándonos principalmente en el resultado adverso (el peor de los escenarios posibles – por ejemplo, que seremos también víctimas del riesgo en cuestión).
Pudiéndose añadir que:
«cuando las emociones son intensas, es menos probable que se realicen cálculos o, al menos, ese tipo de cálculos que supone la evaluación de los riesgos en términos no sólo de su gravedad, sino también de la probabilidad del resultado».
En estos casos, nos fijamos principalmente en lo bueno o malo de un resultado, pero no en la probabilidad de que haya un resultado bueno o malo. Y esto es así, especialmente, cuando nos concentramos en el «peor escenario posible» o cuando estamos sometidos a fuertes emociones.
Sin olvidar que, incluso aunque tratemos de ser sensibles a las probabilidades, tenemos bastantes problemas para distinguir entre diferentes probabilidades de riesgos.
Por poner un ejemplo, a los efectos de tomar precauciones, nos cuesta comprender la diferencia existente en un riesgo de 1 entre 40.000 y uno de 1 entre 600.000. Especialmente, si nos los formulan aisladamente. En efecto, nos resulta más sencillo apreciar los riesgos si podemos comparar magnitudes (siguiendo con el ejemplo, la evaluación simultánea de ambas probabilidades «mejora» nuestra capacidad de evaluación – aunque debo confesarles que en mi caso no mucho…).
El problema es que son muchas las situaciones en las que hacer una comparación de la probabilidad de los riesgos concurrentes no es factible.
En cualquier caso (SUNSTEIN, 2009, p. 105), es evidente que no estamos bien equipados para tener en cuenta estas diferencias y hacer juicios precisos sobre los riesgos (lo que, como expondré a continuación nos hace especialmente manipulables y, por ende, vulnerables).
D. Efectos combinatorios: temores injustificados, medios de comunicación y partidos políticos
El problema es que el resultado de la combinación de la heurística de la disponibilidad y el descuido de la probabilidad es la inducción de temores injustificados.
Y los medios de comunicación pueden jugar un papel muy destacado en nuestra percepción cognitiva y en la generalización de ciertos miedos relacionados con acontecimientos infrecuentes.
En efecto, si ponen énfasis en riesgos improbables, es posible que la preocupación de las personas no se corresponda en proporción con la realidad estadística (creciendo la demanda, como he apuntado, de respuestas legales para atender a riesgos que son ciertamente infrecuentes, relegando a un segundo plano otros más peligrosos o dañinos en nuestra vida cotidiana).
Y, como apunta PINKER (2018, p. 66 y 67) es fácil constatar cómo la heurística de la disponibilidad puede ser atizada por la política informativa (y, añado, en ocasiones, también por los partidos políticos – especialmente, en período electoral). El objetivo es conseguir que algunos riesgos sean especialmente prominentes y cautivantes (aunque no sean en absoluto representativos).
En particular, porque el «mercado informativo» prefiere coberturas negativas a positivas y una posible explicación es porque si atienden a riesgos novedosos o extraños conseguirán captar nuestra atención (¿se acuerdan de la crisis de la abeja asesina?). Lo que puede favorecer el miedo público y trivial (en detrimento de la comprensión pública).
De hecho (SUNSTEIN, 2006, p. 136 y 137), no es descartable que deliberadamente ciertos grupos privados promuevan «campañas de disponibilidad» (y no sólo a través de los medios de comunicación), en aras a publicitar ciertos ejemplos o incidentes (con el objeto de que estén «disponibles» en el «buscador de nuestra mente») y así, tratar de provocar «cascadas de disponibilidad» y, con ello, generar «temores públicos». De hecho, el citado autor, apunta a la existencia de «empresarios de la disponibilidad».
Desencadenar el miedo (a cualquier tipo de fenómeno) es rentable. De ahí que uno de los objetivos de ciertos grupos de interés sea tratar de que nos focalicemos en ciertos miedos, publicitándolos, para que, al estar disponibles, se dispare su amplificación.
Y es obvio que las formaciones políticas (especialmente en campaña) también persiguen este objetivo. Especialmente porque (SUNSTEIN, 2009, p. 100) «los miembros de diversas tendencias políticas, al concentrarse en ‘el peor caso’, buscan por completo sacar provecho del descuido de probabilidad».
Y el terrorismo se aprovecha de esta circunstancia de un modo extremo, pues (SUNSTEIN, 2009, p. 146), con ataques de alta visibilidad tratan de «convencer a las personas de que ‘no pueden estar seguras en ninguna parte'».
E. Valoración final: nuestros sistemas cognitivos 1 y 2 (aprendiendo a controlar a nuestro «Homer Simpson»)
En definitiva, todos estos «empresarios de la disponibilidad» tratan de explotar la circunstancia de que, sin ser conscientes, en muchas ocasiones, nuestro comportamiento se rige por atajos o heurísticas, fruto del predominio de la parte más intuitiva, emotiva, rápida, impulsiva e irreflexiva de nuestro ser (o lo que se denomina – «sistema 1»). Características que si pudieran «personificarse», probablemente se identificarían con el delicioso «Homer Simpson».
El pensamiento basado en la heurística, por consiguiente, está arraigado en nuestro «sistema 1».
El objetivo, por consiguiente, es tratar de evitar que el «sistema 1» se nos adelante y que en estas situaciones nuestro pensamiento deliberativo, razonado y calculador (o «sistema 2») tome los mandos de nuestra conducta para disipar nuestros temores injustificados.
No obstante, no es fácil contener al «Homer Simpson» que habita en todos nosotros y tratar de neutralizar el miedo con cálculos probabilísticos (especialmente cuando, como es mi caso, se cuenta con conocimientos muy rudimentarios).
Bibliografía citada
- PINKER (2018), En defensa de la ilustración. Paidós.
- SUNSTEIN (2009). Leyes de miedo, Katz.
- SUNSTEIN (2006). Riesgo y razón, Katz.
- TALEB (2011). El cisne negro, Paidós.
Brillante artículo. Respecto al fomento interesado del miedo irracional yo recomendaría a todo el mundo revisionar cada algunos años «Bowling for Columbine».