By bbeltran
Neuronas, potencial de acción y neuronas aguas arriba…
Los avances de diversas disciplinas científicas (neurobiología, genética, neurociencia, etc.) están empezando a desvelar elementos de nuestro comportamiento hace unas pocas décadas inimaginables. De todas ellas, permítanme que comparta con ustedes los avances que el neuroendocrinólogo Robert SAPOLSKY expone en su apasionante y reciente libro Decidido (2024): hay evidencia suficiente para poder afirmar (y perdonen que lo formule a «bocajarro») que el ser humano no tiene libre albedrío.
De hecho, si (como expone MLODINOW, 46) el 95% de la actividad cerebral discurre por debajo del nivel de la conciencia (otros neurocientíficos – FUSTER, 46 y 47 – lo sitúan en el 99%), el margen de maniobra para la agencia discurre en un umbral de actuación potencial extremadamente estrecho.
SAPOLSKY lo reduce a cero.
La radicalidad de este planteamiento es evidente y la solidez de su exposición es tan clarividente e ilustrativa que acongoja.
Aunque la definición del libre albedrío no es, en absoluto, pacífica, se la expondré en los términos del citado autor (2024, 24 y 25) a partir de un ejemplo simple:
Para apretar el gatillo de una pistola tiene que producirse una previa contracción mecánica de ciertos músculos. Ésta es una reacción al estímulo de una neurona que tenía un potencial de acción (es decir, que estaba en un estado potencialmente excitado). Y esta neurona estaba en este estado porque fue estimulada por otra neurona situada aguas arriba. Y ésta, por otra neurona situada aguas más arriba y así sucesivamente.
En este contexto, la defensa del libre albedrío exigiría identificar la neurona cuyo potencial de acción fue independiente, sin razón. Es decir, debería localizarse a la que ninguna otra neurona le habló antes. En una versión actualizada del dualismo de DESCARTES (y la distinción entre mente y cuerpo que propugnaba), sólo si hallan esta neurona habrán identificado al libre albedrío.
La cuestión es que (siguiendo con SAPOLSKY, 2024, 24 y 25) nuestro comportamiento puede haberse visto influenciado por otros muchos factores con una incidencia más o menos mediata en cada una de nuestras acciones en el presente. Por ejemplo, el cansancio, el dolor y/o el estrés experimentado en un determinado momento. O los olores, visiones y/o sonidos que han precedido unos minutos antes nuestra acción o «los niveles de las hormonas que marinaban el cerebro en las horas o días anteriores». Los genes de una persona también pueden afectar a las neuronas y éstos pueden haber experimentado cambios, por ejemplo, a causa de las experiencias durante la infancia. Los niveles de hormonas a los que estuvo expuesto el feto durante el embarazo mientras se «construía» el cerebro también pueden acabar siendo determinantes. Como también pueden serlo la cultura en la que nos ha tocado vivir. Además, el cerebro mantiene (EAGLEMAN, 263) una constante comunicación de ida y vuelta con los sistemas endocrino e inmunológico. No es el único «jugador biológico».
Pues bien, como apunta SAPOLSKY, identifiquen esta neurona que sea «una causa sin causa en este sentido total» y habrán encontrado al libre albedrío.
Siguiendo ahora con EAGLEMAN (201),
«toda actividad cerebral viene impulsada por otra actividad cerebral, en una red enormemente compleja a interconectada. Para mejor o para peor, esto no parece dejar mucho sitio a nada aparte de la actividad nerviosa; es decir, no hay sitio para una mente separada del cuerpo (…). [S]i el libre albedrío ha de tener alguna influencia en los actos del cuerpo, no le queda más remedio que influir en la actividad cerebral en curso. Y para ello necesita estar físicamente conectada con al menos algunas neuronas. Pero no encontramos ningún lugar del cerebro que no sea impulsado por otras partes de la red. Por el contrario, todas las partes del cerebro están densamente interconectadas con otras partes del cerebro, e impulsadas por éstas, lo que sugiere que no existe ninguna parte independiente y por tanto ‘libre’». En el fondo, lo que vuelve a traslucirse es que no hay forma de «sortear el problema de cómo una entidad no física (el libre albedrío) interactúa con una entidad física (el material del cerebro)».
Quizás piensen que, en realidad, el libre albedrío radica en la posibilidad de negarse a hacer algo. No obstante, para alcanzar esta conclusión, se encontrarán con más de lo mismo. Para tener éxito en este empeño, deberían identificar a la neurona con poder de veto que (SAPOLSKY, 2024, 52) sea «igualmente autónoma a la hora de impedir un acto» (es decir, no estimulada por ninguna otra más arriba)
Sin embargo, la evidencia científica permite afirmar que «no existen ni neuronas con libre albedrío ni neuronas con libertad del no».
En efecto (SAPOLSKY, 2018, 837 a 843), la biología del comportamiento es multifactorial y muchos de estos factores (la inmensa mayoría) todavía no han sido descubiertos. Por esta razón no se trata de que haya menos biología en ciertos comportamientos y en otros más, sino que la biología que opera en cada uno de ellos es cualitativamente diferente. La existencia de huecos inexplicados no pueden, por consiguiente, ser rellenados con un homúnculo (de hecho, el avance de la ciencia, está constriñendo estos espacios y cada vez son más estrechos). El libre albedrío, a la luz de lo anterior, podría ser definido como fuerzas internas que no comprendemos todavía.
Tampoco parece que la teoría del caos sea suficiente para sostener la existencia del libre albedrío. Especialmente porque (SAPOLSKY, 2024, 200) que una cosa sea impredecible no significa que no esté precedida por una causalidad (determinista) que la explique. Ni tampoco es admisible que de la complejidad intrínseca de las redes neuronales pueda emerger la agencia (265): las neuronas individuales no se convierten en causas sin causa simplemente porque interactúan con otras muchas.
Y, para el caso de que se sostenga que la agencia se sustenta en la aleatoriedad o indeterminación cuántica (283 y ss.), no sólo es difícil que el posible burbujeo neuronal en esta dimensión subatómica pueda condicionar actos a nivel macroscópico; sino que, si esto fuera así, nuestro comportamiento (todo él) estaría sujeto al puro azar. Es decir, ahora mismo podría estar escribiendo estas líneas, como esto otro: «dasfasfhf afasdlksf ndsfsdfkj» (o, si lo prefieren, nada impediría que de manera sorpresiva me pusiera a hacer el pino puente delante del ordenador y/o a balbucear términos sin sentido mientras sacudo frenéticamente mis brazos y muevo la cadera). Es decir, nuestro comportamiento sería, en su sentido más literal del término, absolutamente aleatorio.
Sería un caos… (aunque, visto en su conjunto, no me negarán que haría que nuestras vidas fueran algo más sugerentes...).
Un par de derivadas (a modo de apunte) de la inexistencia del libre albedrío
Las implicaciones de lo expuesto, como les expuse en Sobre la corteza cerebral y, de paso…, el libre albedrío, son abisales.
Por ejemplo, en términos jurídicos, deberíamos aceptar que no puede existir el concepto de «culpa». Y, de ahí (como pueden imaginarse), se destila una retaíla de efectos y/o consecuencias para el mundo del Derecho absolutamente disruptivos.
De hecho, no sólo deberíamos empezar a repensar la función de muchas ramas del ordenamiento jurídico (reescribiendo bibliotecas enteras), sino que, quizás, también deberíamos reformular el sentido de la responsabilidad moral (si es que, en este contexto, queda algún margen para la misma).
En todo caso, no sé cómo le veran ustedes, pero no puedo negarles que esta aproximación me resulta profundamente inquietante. Especialmente porque (SAPOLSKY, 2024, 502) «nos deja con una imagen incomprensible del mundo humano». Pero, no por ello, deja de ser cierta (328): la mayor parte de nuestras acciones surgen de fuerzas biológicas subterráneas de las que somos completamente inconscientes.
Alguien podría concluir que la interiorización de esta creencia podría convertirnos en ciudadanos totalmente indiferentes (movidos por un impulso nihilista exacerbado y alienados de nosotros mismos a la hora de tomar una decisión moral). Sin embargo, esto no tiene por qué llevarnos a la absoluta indecencia moral ni a la ausencia total de prosocialidad (o, al menos, mi esperanza es que esto no suceda).
Otro efecto importante (y que es el hilo conductor del último libro de SAPOLSKY) sería el siguiente: si no existe el libre albedrío, quizás, frente a determinadas conductas imputables, deberíamos cuestionar la existencia de la responsabilidad y por ende del castigo retributivo (no cabe duda que, moralmente, quedaría en entredicho). Como apunta EAGLEMAN (227), no podemos seguir fingiendo que todos los cerebros responden a los mismos incentivos y merecen los mismos castigos.
Interiorizar verdaderamente las implicaciones que se desprenden de esta aseveración plantea una incomodidad moral y social superlativa, difícil de digerir.
Sin embargo, en las últimas décadas (SAPOLSKY, 2024, 393 y ss.), el avance científico sobre, por ejemplo, las causas de la epilepsia o de la esquizofrenía ha alterado por completo la concepción de la conducta de las personas que las padecen (y, por consiguiente, también la respuesta legal frente a los efectos de las mismas).
Más avances científicos podrían precipitar nuevas recalificaciones de otros comportamientos hoy indiscutiblemente imputables. El mundo del Derecho (aunque no sólo) podría estar a las puertas de un giro copernicano.
¿Somos los capitanes de nuestro barco? ¿Merecemos verdaderamente nuestros logros?
Lo expuesto hasta aquí nos arroja a una nueva situación en la que, quizás, tendremos que interiorizar que estamos sometidos a fuerzas de la biología sobre las que no tenemos ningún control.
Esto incluye todas aquellas virtudes que atesoramos. O, dicho de otro modo, rebate la idea de que somos capitanes de nuestro barco y, por consiguiente, los causantes directos de nuestros logros y avances.
En una sociedad que exalta el culto a la meritocracia (y, por lo tanto, basta aplicarse para conseguir todo lo que uno quiera), tendemos a obviar aspectos absolutamente determinantes sin los cuales nada de lo que hemos alcanzado en nuestras vidas sería posible (entre otros muchos): nacer en una determinada lugar y su cultura; la existencia o no de ciertas mutaciones en algunas hormonas (como la que afecta a la leptina y puede causar la obesidad); no tener trastornos neuropsiquiátricos o una diferencia neurológica y/o genética que precipite una «anomalía» en el entorno social en el que vivimos; los «recursos» (económicos, culturales, etc.) de nuestra família; el color de la piel; las capacidades intelectivas; etc.
De modo que no deberíamos obviar los hilos de causalidad bajo la superficie que nos han conformado. Gran parte de lo que somos (EAGLEMAN, 241) permanece fuera de nuestra opinión o elección. Sin embargo, tendemos a obviar (SANDEL, 37 y 38) la naturaleza azarosa de nuestras aptitudes y fortunas. Cuando, en realidad, si hemos sido agraciados en alguna dimensión, este privilegio es la resultante de un cúmulo de caprichos de la vida.
Lotería que, por contra, podría habernos dado totalmente la espalda. Y hubiera bastado un mero e impercetible desliz biológico para que sucediera.
Esta cercanía con otros cursos de acción más trágicos, en el fondo, nos debería desvelar la intrínseca conexión con las personas que han sido víctimas del infortunio y, probablemente (como les expuse en Psicología de la escasez y pobreza), la necesidad de compartir nuestra fortuna con ellos.
Bibliografía citada
- David EAGLEMAN, Incógnito, Anagrama, 2022.
- Joaquín M. FUSTER, Cerebro y libertad, Ariel, 2014.
- Leonard MLODINOW, Subliminal: Cómo tu inconsciente gobierna tu comportamiento, Drakontos, Edición Kindle, 2013.
- Michael J. SANDEL, La tiranía del mérito, Debate, 2020.
- Robert SAPOLSKY, Decidido, Capitan Swing, 2024.
- Robert SAPOLSKY, Compórtate, Capitan Swing, 2018.
Un article summament interessant, tot i que no comparteixo la reflexió sobre la necessitat de reformular el sentit de la responsabilitat moral. Justament l’ordenament jurídic és un dels factors que poden incidir sobre la conducta, la percepció de les regles vigents en la societat pot alterar el comportament neuronal. Una neurona pot actuar cohibida en determinat entorn social o desinhibida en un entorn amb regles diferents. El nihilisme no és una opció.
Però moltes gràcies, com sempre, per una lectura apassionant.
Bon dia Ignasi,
Me ha encantado el comentario totalmente disruptivo en el mundo tal y cómo lo conocemos y cómo discurre con las actuales reglas de juego. Creo que la responsabilidad humana, sabedor que hay una neurona que rige ese libre albedrío, radicaría entonces en su búsqueda incondicional. Ello sería entonces equivalente a profundizar en las capas mentales para alcanzar esa toma de consciencia que nos hace libres. De ser así, debería dedicarse todo esfuerzo posible para tal fin.
Una abraçada i gràcies per aquesta meravella de blog.
JM