En diversas ocasiones he reivindicado la necesidad de abordar de forma interdisciplinar las instituciones jurídicas, especialmente, porque el derecho tiende a pecar de autosuficiencia. Como saben, los ciudadanos actúan estratégicamente y puede que no cumplan ciegamente los postulados de la norma, por el simple hecho de que se promulgue.
Tratando de enriquecer las limitaciones propias de la dogmática jurídica, en diversas entradas he tratado de exponer la necesidad de complementar el estudio del derecho con la perspectiva que ofrecen otras ciencias sociales, como, por ejemplo, la economía y la psicología.
Esta aproximación, a mi entender, puede ser especialmente interesante en lo que se refiere al género. Y, en este sentido, los avances de la psicología social en el análisis e identificación de los estereotipos y roles de género son muy interesantes (al menos, para la «mente de un jurista»), especialmente, para conocer su verdadera complejidad y, de este modo, tratar de articular medidas para combatirlos que sean efectivas.
En esta entrada, me gustaría sintetizar algunos avances que se han producido desde esta rama de conocimiento.
De hecho, este estudio se inserta en el marco de la ponencia que, dentro XVI Seminario del Foro Español de Laboralistas (FORELAB), impartiré el 27 de junio en el ICAB, a propósito de los cambios normativos introducidos por el RDLey 6/2019, con el siguiente título: «Promoción legal de la igualdad de género e identificación de la discriminación directa e indirecta».
Distinción entre sexo y género (y el terrible «sustrato»)
Como saben, y con carácter preliminar, sobre esta compleja cuestión debe hacerse una distinción entre «sexo» y «género» (ampliamente conocida y compartida).
Siguiendo la excelente síntesis de OVEJERO (p. 126 – citando a RUDMAN y GLICK),
«cuando estrictamente nos referimos a las categorías biológicas de hombres y mujeres debemos utilizar el termino ‘sexo’ y cuando, más ampliamente, nos referimos a ls construcciones sociales de la masculinidad y la feminidad, tales como estereotipos y roles, debemos utilizar el término ‘género'».
Otro aspecto previo que conviene tener en mente es, por decirlo de algún modo, el «sustrato» social y cultural. En este sentido, como botón de muestra, siguiendo a HARARI (p. 165), tengan en cuenta que (de forma terrible)
«En muchas sociedades, las mujeres eran simples propiedades de los hombres, con frecuencia de sus padres, maridos o hermanos. El estupro o la violación, en muchos sistemas legales, se consideraba un caso de violación de propiedad; en otras palabras, la víctima no era la mujer que fue violada, sino el macho que la había poseído. Así las cosas, el remedio legal era la transferencia de propiedad: se exigía al violador que pagara una dote por la novia al padre o el hermano de la mujer, tras lo cual esta se convertía en la propiedad del violador.
(…) Violar a una mujer que no pertenecía a ningún hombre no era considerado un delito en absoluto, de la misma manera que coger una moneda perdida en una calle frecuentada no se considera un robo.
Y si un marido violaba a su mujer, no cometía ningún delito. De hecho, la idea de que un marido pudiera violar a su mujer era un oxímoron. Ser marido significaba tener el control absoluto de la sexualidad de la esposa. Decir que un marido ‘había violado’ a su esposa era tan ilógico como decir que un hombre había robado su propia cartera. Esta manera de pensar no estaba confinada al Oriente Próximo antiguo. En 2006, todavía había 53 países en los que un marido no podía ser juzgado por la violación de su esposa. Incluso en Alemania, las leyes sobre el estupro no se corrigieron hasta 1997 para crear una categoría legal de violación marital».
Lo que describe HARARI (también recogido por PINKER, p. 278) es desgarrador.
Y, aunque son muchos los avances que se han producido en los últimas décadas, lamentablemente, la influencia acumulada de siglos de socialización no serán fáciles de cambiar (OVEJERO, p. 133).
Las diferencias no responden a realidades biológicas
Tal y como expone OVEJERO (p. 126), lejos de planteamientos esencialistas (muy populares, porque, asumiendo – erróneamente – que las diferencias son fijas e inmutables, ofrecen una explicación sencilla), es ampliamente aceptado que prácticamente todas las divisiones entre mujeres y hombres (excepto las anatómicas y reproductivas) son construidas social y culturalmente.
De hecho, siguiendo de nuevo con HARARI (p. 169),
«tiene poco sentido decir que la función natural de las mujeres es parir, o que la homosexualidad es antinatural. La mayoría de las leyes, normas, derechos y obligaciones que definen la masculinidad o la feminidad reflejan más la imaginación humana que la realidad biológica».
Y, desde este punto de vista, (OVEJERO, p. 127 y 141) es interesante pensar que lo que ha sido construido históricamente, puede ser cambiado políticamente, aunque ello no es fácil, pues existen poderosas fuerzas sociales que continúan protegiendo la desigualdad de género.
Una de ellas es el mantenimiento de las creencias estereotípicas de género esencialistas. No obstante, como se ha apuntado, las diferencias entre mujeres y hombres no están en los genes, no son algo fijo e inmutable (de otro modo, supondría mantener el statu quo y con él llevaría a las mujeres a un «fatalismo de consecuencias incalculables»).
Siguiendo con OVEJERO (p. 128),
«El género es un constructo psicosocial que afecta a todas las personas, a su conducta y a su manera de verse a sí mismas, a sus expectativas y a deseos profesionales. Los miembros de ambos sexos tienden a comportarse según sus roles sexuales».
Y un rol sexual
«es una clase de conductas, intereses y actitudes que una sociedad define como apropiados para un sexo, pero no para el otro, y que es, por consiguiente, social y cultural, no biológico».
Estereotipos y roles de género persistentes
No obstante, lamentablemente, los prejuicios de género se mantienen aunque de forma sutil. Y el paradigma de Golberg es un buen botón de muestra (OVEJERO, p. 129):
«Cuando se pide a la gente que evalúe un escrito, la evaluación es más favorable cuando se les decía a los sujetos que lo había escrito un hombre que cuando les decía que lo había escrito una mujer»
(de hecho, si no conocen sus obras, ¿mientras leían esta entrada, alguno de ustedes ha pensado que HARARI o OVEJERO pudieran ser mujeres?).
Desde el punto de vista de la corresponsabilidad (OVEJERO, p. 130 y 131), diversas evidencias muestran que la cantidad de tiempo que un marido emplea en el trabajo doméstico y en cuidar a los niños no se relaciona con el hecho de que la mujer trabajase o no fuera de casa.
De hecho, las mujeres perciben su ingreso en el mundo laboral como una ganancia. En cambio, los hombres perciben su lenta y leve incorporación al mundo doméstico como una pérdida, una cesión o una claudicación resultante de un conflicto. La masculinización de las mujeres es veloz y la feminización de los hombres apenas se percibe.
Los roles sociales desempeñados por mujeres y hombres es la variable que más influye en los estereotipos, particularmente los que derivan de la división del trabajo, según la cual los hombres trabajaban desde fuera de casa, en tareas remuneradas y con valor propio, mientras que las mujeres se quedaban en casa ejerciendo tareas no remuneradas.
La igualdad sigue considerándose como un «asunto de mujeres» y, ciertamente, «los nuevos modelos de negocio de la economía digital y los algoritmos utilizados en procesos selectivos de empleo siguen arrojando brechas y sesgos de género» (CASAS, p. 236).
Aunque existe una notable controversia doctrinal sobre su origen y de las diferencias de género (OVEJERO, p. 132 a 150), los estereotipos de género son estereotipos culturales y ampliamente compartidos socialmente, tienen un alto grado de consenso social y mayor credibilidad (tendemos a pensar que si todo el mundo lo cree es que es verdad).
Y, aunque no responden a diferencias biológicas entre mujeres y hombres, sino a causas socioculturales que hacen que hombres y mujeres desempeñen papeles y funciones sociales muy distintos, los estereotipos acostumbran a estar asociados a atributos físicos (los hombres son más fuertes), preferencias e intereses (a las mujeres les gusta ir de compras), roles sociales (la mujer es la cuidadora de la familia) o ocupacionales (las mujeres son enfermeras o empleadas domésticas).
A medida que conformamos nuestra identidad de género, esta influye en nuestras actitudes, en nuestros sentimientos y en nuestros comportamientos propios como mujeres u hombres.
El problema (OVEJERO, p. 132, 143 y 144) es que, una vez establecidos los estereotipos de género, son difíciles de modificar, pues, no sólo describen cómo se comportan mujeres y hombres, sino que también proponen normas prescriptivas sobre cómo deben ser y comportarse.
Y, ciertamente, los estereotipos (y permítanme que, pese a su extensión, reproduzca este ilustrativo párrafo de OVEJERO, p. 144):
«los tenemos tan internalizados que tener una misma habilidad (por ejemplo ser hablador) o hacer una misma tarea (por ejemplo, cocinar) será motivo de orgullo o vergüenza, dependiendo de que sea vista o descrita como masculina o femenina (…)
Además, nuestros estereotipos de género nos llevan a construir una realidad social que, a su vez, apoya el contenido de tales estereotipos, con lo que terminamos convenciéndonos de que tales estereotipos son exactos y verdaderos (…). Por ejemplo, el estereotipo de género femenino predice que la mujer está menos capacitada para las matemáticas que los hombres. Las propias mujeres se lo creen (…) y son menos las que eligen cursos de matemáticas o carreras, como las ingenierías, que necesitan las matemáticas (…). En definitiva, las chicas tienen menos confianza en su capacidad matemática incluso durante los primeros de la adolescencia, a pesar de que por esa épica su rendimiento matemático es superior al de los chicos (…) o al menos similar.
Los procesos de socialización enseñan a las niñas que las carreras de más prestigio (políticos, banqueros, industriales, etc.) son masculinas, por lo que ellas prefieren ser maestras, enfermeras o trabajadoras sociales (…), fenómeno este que contribuye muy poderosamente a la perpetuación de los estereotipos de género. Y es que tanto las mujeres como los hombres tienen a evitar las desviaciones de género (…). Más aún (…), los estereotipos de género son compartidos tanto por los hombres como por las mismas mujeres, lo que les hace más resistentes al cambio».
E, incluso, según los datos que ha obtenido STEPHENS-DAVIDOWITZ (p. 143 y 144), a partir del «suero de la verdad digital» que las búsquedas en internet desvelan, los padres tienen un prejuicio implícito sobre las niñas, pues, desvelan que sus principales inquietudes tienen que ver con la apariencia y la belleza (mientras que en los niños están relacionados con las altas capacidades intelectuales).
Los juicios instantáneos
Tomando como referencia el contexto de profunda internalización de los estereotipos y roles de género, siguiendo con GLADWELL (p. 260), nuestros juicios instantáneos tienen una incidencia destacadísima en nuestro comportamiento, sentimientos y pensamientos. Y esto sucede porque
«solemos ser descuidados con respecto a nuestros poderes de cognición rápida. No sabemos de dónde proceden nuestras primeras impresiones ni lo que significan exactamente, así que no siempre somos conscientes de su fragilidad».
Especialmente, porque (p. 94)
no «elegimos deliberadamente nuestras actitudes inconscientes. Y (…) puede que ni siquiera seamos conscientes de ellas. El ordenador gigantesco que es nuestro inconsciente procesa en silencio todos los datos que puede a partir de experiencias que hemos vivido, las personas que hemos conocido, los libros que hemos leído, las películas que hemos visto, etcétera, etcétera, y forma una opinión».
Lo inquietante es que «nuestras actitudes inconscientes pueden ser incompatibles con nuestros valores establecidos conscientes».
Por este motivo es esencial (p. 260) «tomar en serio nuestro poder de cognición rápida, para de este modo, poder conocer las sutiles influencias que pueden alterar, minar o influir en los productos de nuestro inconsciente».
(Algunos) Cambios perceptibles (y positivos) y, sobre todo, mucho por hacer
La buena noticia es que (HARARI, p. 180) los cambios están siendo vertiginosos, pues, «durante el último siglo los papeles de género han experimentado una revolución extraordinaria». Son muchas las sociedades que están pensando los conceptos más básicos de género y sexualidad por completo (también PINKER, p. 271 y ss.).
Y, de hecho (OVEJERO, p. 128), son diversos los estudios que evidencian que
«la mujer ya no quiere ser ni invisible ni se conforma con ser meramente cuidadora de su familia, sino que desea ser libre, independiente y autónoma».
No obstante, como se ha dado a conocer recientemente en el informe Equal Mesures 2030, en el marco de los objetivos para un desarrollo sostenible de las Naciones Unidas, de acuerdo con el nuevo indicador «SDG Gender Index«, casi el 40% de las niñas y mujeres del mundo, 1.400 millones, viven en países que no tienen igualdad de género; y, de hecho, ningún país del mundo alcanzará la igualdad de género en el 2030 (España está en el número 23 del Ranking mundial y a casi 21 puntos del objetivo).
Dado que es obvio que ningún cambio se producirá por sí mismo, sin duda, queda mucho trabajo por hacer.
Nota: Si quieren probar el efecto de las asociaciones inconscientes en nuestras creencias y nuestro comportamiento sobre género o raza (y muchas otras), les sugiero que (si tienen 10 minutos) hagan un Implicit Test Association (IAT): en inglés aquí (y en español aquí). Es muy recomendable.
Bibliografía citada
- CASAS BAAMONDE, M. E. (2019). ‘Soberanía’ sobre el tiempo de trabajo e igualdad de trato y de oportunidades de mujeres y hombres. Revista de Derecho de las Relaciones Laborales, núm. 236.
- GLADWELL, M. (2018). Inteligencia intuitiva, Debolsillo.
- HARARI, Y. N. (2015). Sapiens, Debate.
- OVEJERO BERNAL, A. (2015). Psicología Social, Biblioteca Nueva.
- PINKER, S. (2018). En defensa de la ilustración. Paidós.
- STEPHENS-DAVIDOWITZ, S. (2019). Todo el mundo miente. Capitán Swing.
Muchas gracias, me ha encantado. Como Graduado Social y como persona me interesa todo el tema de igualdad y género y como afecta a la parte de jurista que me toca ser. Con la formación de Agente de Igualdad hay muchas cosas que he podido incorporar a la mochila diaria para este mundo de la justicia social.
Estaremos atento en la red para que nos cuentes la ponencia.
Muy interesante y acertado, necesitamod más artículos como este porque todavía hay mucho por hacer respecto a la igualdad real entre mujetes y hombres, especialmente en el àmbito laboral. Gracias.
¡Excelente post!
Son este tipo de artículos los que hacen falta a veces para que se de más visibilidad al tema de la igualdad actual ente hombres y mujeres en el trabajo. Ojalá los estereotipos y malos juicios desapareciesen.
Enhorabuena por el artículo y un saludo.