Imaginemos, por un momento, el futuro…

By tbeltran

 

 

Les invito a que en esta entrada me acompañen a un posible futuro imaginado:

Imaginen un futuro en el que los padres, con toda la ilusión del mundo, regalasen a sus hijos una pulsera que provista de un sensor fuera capaz de captar el ritmo cardíaco mientras se usa un teléfono móvil o una tableta. Y que, a medida que envecejemos, seguimos compartiendo nuestra frecuencia cardíaca con terceros que no conocemos.

Imaginemos un futuro en el que tuviéramos un dispositivo que nos permite captar la calidad del sueño y compartiéramos esta información con alguien que no conocemos.

Imaginen un futuro, en el que camisetas, sujetadores, calcetines y zapatillas deportivas pudieran parametrizar el movimiento y otras reacciones fisiológicas. Imaginen, además, que pudiéramos tener cascos de moto y gafas para la natación con fines similares.

Imaginen un futuro, en el que lavadoras, secadoras, aires acondicionados, aspiradoras, cortinas, luces, lámparas, vigilabebés, puertas de casa, calefacción, placas fotovoltáicas, todos ellos, debidamente conectadas a la red, registraran, en aras a ofrecerle servicios de forma remota u otros servicios, todos sus patrones de comportamiento al emplear estos instrumentos.

Imaginen un futuro, en el que una aplicación, en función de sus gustos previos, pudiera sugerirle qué canción le apetecerá escuchar a continuación, con qué película o serie deseará pasar la tarde o rendirse dormido cada noche; o qué libro leer.

Imaginen que en este futuro también, dispusiéramos de un instrumento que hubiera acumulado una cantidad tan ingente de nuestros mensajes escritos que, como si nos leyera el pensamiento, fuera capaz de ofrecernos una escritura predictiva y nos agilizara esta tarea.

Imaginen un futuro en el que una aplicación, como si hubiera descubierto la fórmula del amor, fuera capaz de sugerirnos, de entre miles de candidatos, quién podría ser nuestra media naranja; o, simplemente, quién podría ajustarse mejor a una velada para pasar el rato o para una noche de desenfreno sexual.

Imaginen un futuro en el que una compañía hubiera decidido fotografiar con un elevado nivel de detalle todo el espacio público urbano. Y que, además, lo hiciera de forma recurrente. Imaginemos un futuro en el que, no sólo ya no nos importara que lo siguiera haciendo, sino que lo acabáramos invisibilizando que lo hace.

Imaginen un futuro en el que decidiéramos compartir a través de un canal que no controlamos y gestionado por un tercero todos nuestros mensajes y fotografías de nuestra esfera más personal e íntima.

Imaginen un futuro en el que, pese a que nos aterraría que alguien nos siguiera implacablemente por la calle, no tuviéramos inconveniente en disponer de un dispositivo (con la apariencia de un teléfono) que, provisto de un acelerómetro, un GPS y un giroscopio, permitiera a terceros que no conocemos indicar nuestra ubicación exacta y disposición corporal en tiempo real.

Imaginemos un futuro en el que este mismo dispositivo (tambien con apariencia de teléfono), en realidad, hubiera sido diseñado y fabricado con el único propósito de parametrizar el mayor número de aspectos de su vida íntima e, incluso, la que subyace por debajo de su nivel consciente.

Imaginen un futuro en el que, mediante sensores en contacto con la cabeza, pudiérmos captar la carga mental cognitiva mientras trabajamos, el nivel de fatiga o la probabilidad de sufrir un microsueño.

Imaginen un futuro en el que los diseñadores de dispositivos electrónicos tuvieran suficiente conocimiento como para fabricar estímulos que activan nuestros neurotransmisores, precipitando nuestro condicionamiento de forma subliminal y, por ende, nuestra conducta, o bien, nuestras decisiones de compra o de voto.

Imaginen un futuro en el que estos mismos diseñadores hicieran lo mismo en los vídeojuegos y estos mismos disparadores condicionaran el comportamiento de sus hijos, provocando su adicción e hicieran emerger patrones de conducta que fueran el embrión de los prototípicamente ludópatas.

Imaginen un futuro en que dispusiéramos de aplicaciones informáticas debidamente monitorizadas por terceros que nos ayudaran a medir nuestro esfuerzo y rutinas deportivas, nos sugirieran el consumo calórico más óptimo en función de nuestros patrones alimenticios.

Imaginen un futuro que pudiéramos disponer de herramients que nos permitieran medir nuestro estado emocional a partir de nuestras confesiones íntimas, debidamente registradas para otros.

Imaginen un futuro en el que inundáramos el espacio público de sensores y cámaras de seguridad para parametrizar el comportamiento de los ciudadanos y o su interacción con, por ejemplo, el mobiliario público.

Imaginen un futuro en el que dieran permiso a que centenares de empresas expertas en la psicometría del comportamiento pudieran rastrear toda su navegación en la red, ubicación geográfica, gustos literarios y cinéfilos, contactos emocionales y/o sexuales, compras efectuadas y que, además, desconocieran por completo durante cuánto tiempo han dado esta autorización.

Imaginen un futuro en el que, unas fórmulas matemáticas fueran capaces de predecir con un nivel de acierto muy superior al humano la orientación ideológica de una persona a través del análisis de una única fotografía; en concreto, la de su perfil en una red social.

Imaginen un futuro en el que las citadas fórmulas matemáticas fueran capaces de hacer un perfil psicológico de los individuos a través de nuestras reacciones en forma de emoticonos y que lo hicieran con un nivel de acierto superior al que podría hacer su propia pareja.

Imaginen un futuro que diéramos permiso a terceros para saber qué hacemos con nuestro dinero y, además, también les diéramos permiso para saber geográficamente dónde lo gastamos.

Imaginen un futuro en el que, pese a que seríamos capaces de manifestarnos muy soliviantados si algún estamento del Gobierno decidiera instalar un micrófono en nuestros domicilios y/o bien, fuéramos reservados a la hora de compartir lo que pensamos y decimos en la intimidad (incluso, con nuestros familiares y/o amigos más íntimos), paradójicamente, no tuviéramos inconveniente alguno para adquirir (o regalar) un dispositivo que, indiscriminadamente, pudiera captar todas nuestras conversaciones domésticas para otros, con el propósito de asistirnos de formas diversas.

Y, para no cansarles, una última proyección entre otras muchas:

Imaginen un futuro en el que inundáramos nuestra vida cotidiana de instrumentos que, para hacernos la vida más fácil y reducir al máximo el movimiento corporal, pudieran activarse con la voz y diéramos permiso para captar nuestro vocabulario, pronunciación, entonación, cadencia, inflexión y dialecto (y a todo lo que esta información pueda desvelar).

 

No sé si alguna vez han pensado que un futuro así sería siquiera imaginable…,

No sé tampoco, cómo se sentirían en él…

 

Si algo de lo descrito se acercara mínimamente a la realidad, debo confesarles que empezaría a estar profundamente preocupado por la precaria calidad de nuestra libertad y autonomía; y, muy especialmente, por el lúgubre legado que les dejaría a mis hijos.

 

 

 

#AIFree

 

 

 

 

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