La ilusión de comprender el pasado y polillas buceando en la incertidumbre

By tbeltran

 

 

Las causas que explican el presente: inifinitas en número e infinitamente pequeñas

Tendemos a revisar la historia de nuestras creencias pasadas a la luz de acontecimientos reales (ya acaecidos). Esto nos lleva a transformar la información escasa y parcial que somos capaces de captar respecto de lo que ya ha pasado y la convertimos en señales clarividentes que nos permiten identificar la secuencia de causas que explican irrefutablemente, o como un desenlace inevitable, nuestro presente.

Si un jugador de futbol ha fallado un penalti, automáticamente (y, a pesar de que contamos con poquísima información), somos capaces de hallar una explicación a este desenlace. Y nos resulta tan convincente que la retenemos como un patrón para predecir ulteriores disparos. Algo parecido sucede con acontecimientos más o menos relevantes de nuestra vida y/o de las personas que nos rodean y/o de acontecimientos sociales, políticos o de la historia.

Los analistas, historiadores, comentaristas y tertulianos son especialmente proclives a caer en las garras de este efecto. Tienden a focalizar la atención en los hechos que coinciden con el devenir de los acontecimientos ulteriores, obviando otros muchos que, al no coincidir con el resultado final, son omitidos pese a que probablemente han podido tener tanta o más relevancia en este desenlace (pese a desconocerlo, han sido necesarios para que aconteciera). Como apunta BERLIN (focalizándolo en los historiadores – a partir del análisis de la obra de TOLSTOI – 74):

«nunca descubriremos todas las cadenas causales que entran en funcionamiento: el número de causas es infinitamente grande y las causas en sí, infinitamente pequeñas; los historiadores toman una parte absurdamente pequeña de dichas causas y atribuyen todo lo que sucede a esa selección ínfima, determinada de forma arbitraria».

 

El hemisferio izquierdo y la insaciable necesidad de hallar un sentido al presente

La particularidad de lo expuesto es que, en realidad, se trata de un comportamiento muy humano (por lo tanto, no exclusivo del listado de profesionales enumerado). Y lo es porque diversas investigaciones sugieren que podría tener una base neurofisiológica. En efecto, el hemisferio dominante (normalmente el izquierdo) parece ser el culpable de nuestra búsqueda «obsesiva» de explicaciones que nos resulten coherentes.

La evolución favorece la búsqueda incesante de pautas porque permite (EAGLEMAN, 169) la «posibilidad de reducir los misterios a programas rápidos y eficientes en el circuito nervioso». En el seno de la organización medular de nuestro sistema cognitivo, tenemos una capacidad especial para interpretar constantemente teorías sobre (GAZZANIGA, 260) las «relaciones causales entre los acontecimientos elementales que ocurren en el interior y en el exterior de nuestras cabezas».

Diversas investigaciones han descubierto que el hemisferio izquierdo es el que posibilita la capacidad de hacer inferencias. GAZZANIGA (118) lo expone con brillante claridad:

«está comprometido en la tarea de interpretar nuestros comportamientos externos, así como las respuestas emocionales más encubiertas producidas por los módulos mentales independientes. El cerebro izquierdo construye teorías para explicar por qué han ocurrido estos comportamientos, y lo hace así debido a la necesidad que tiene el sistema cerebral de hacer coherente la totalidad de nuestros comportamientos. Se trata de una empresa característicamente humana, y sobre la misma descansa no sólo el mecanismo que genera nuestro sentido de la realidad subjetiva, sino también la capacidad mental que nos libera de los controles que nos atan a las contingencias externas».

 

El sesgo de la retrospección en acción

Los seres humanos, constantemente, tratamos de dar sentido al mundo que nos rodea y la escasez de información no nos impide un salto intuitivo que, directamente, nos dé acceso a la conclusión que nos parece más verosímil.

Es lo que, desde la perspectiva de la psicología de la conducta, se ha denominado como sesgo de la retrospección.

La particularidad es que este proceso se desarrolla sin prestar excesiva atención sobre la exactitud de la conclusión alcanzada. En realidad, la coherencia de nuestra historia resultante es tan firme que mostramos una confianza ciega sobre su certeza; y, como advierte FARNSWORTH (285), «se ha documentado abundantemente este sesgo en decisiones de todo tipo».

De hecho, nuestro conocimiento del presente se induce a partir de datos pasados (parciales y probablemente inexactos). Y el problema de la inducción (SCHULZ, 123) es que no nos persuade a reunir el máximo de pruebas posible con el fin de llegar a una conclusión, sino que nos empuja a alcanzar la máxima conclusión con el mínimo de pruebas posibles.

A resultas de lo anterior (y evidenciando un problema grave) es claro que (KAHNEMAN, 268) «entendemos el pasado menos de lo que creemos».

En muchos ámbitos, nuestro cerebro actúa como un autómata creador de narrativas (que incluyen el cómo y el por qué) de lo que ha sucedido. Nuestro cerebro de forma automática (MAUBOUSSIN, 64; y KAHNEMAN, 268), trata de dar sentido al mayor número de sucesos que nos pasan. Además, «nos hace ver el mundo más ordenado, predecible y coherente de lo que realmente es».

En efecto, como expone BERLIN (siguiendo de nuevo la obra de TOLSTOI – 69),

«los acontecimientos giran alrededor de un número de causas tan grande que escapan al conocimiento y los cálculos humanos. Conocemos demasiados pocos datos y los seleccionamos de forma arbitraria y según nuestras inclinaciones subjetivas».

Y añade:

«si fuéramos omniscientes podríamos, como el observador ideal de LAPLACE, seguir el curso de cada gota que conforma el río de la historia, pero somos, por supuesto, patéticamente ignorantes, y las áreas de nuestro conocimiento son de una increíble pequeñez en comparación con todo el territorio inexplorado e (TOLSTOI insiste con vehemencia en este punto) inexporable».

 

Patrones (en el mejor de los casos, inexactos) que explican el pasado y predicciones ilusorias del futuro

La potencia de fuego del sesgo de la retrospección no se acaba aquí: como tenemos la poderosa ilusión de que podemos comprender el pasado (porque creemos conocer las causas que lo explican), es fácil pensar que el futuro puede conocerse. Por lo tanto, creemos que nuestra aptitud real para identificar patrones que nos permitan predecir el futuro es mayor de lo que realmente es. La idea de que tenemos el control sobre lo que está por venir asoma como un corolario.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El hecho de que nuestro conocimiento se induzca a partir de datos pasados parciales e inexactos hace que nuestras dotes predictivas sean más bien modestas. De hecho, ni los mejores especialistas son capaces de predecir los grandes fenómenos disruptivos ni, incluso, las fracturas históricas (y, si lo hacen, normalmente se debe fundamentalmente al azar). De modo que el aprendizaje que nos puede ofrecer la Historia respecto del devenir futuro también es, por consiguiente, muy limitado (TETLOCK, 72): «puede que la historia se repita, pero no lo hace mecánicamente. Sin embargo, gran parte del razonamiento analógico basado en la historia es mecánico».

Así pues, a la hora de hacer predicciones, no cabe duda que la inducción es un método con importantes carencias (esto explica, muchos de los errores que, a la hora de hacer predicciones cometemos en nuestra vida cotidiana – a propósito del futuro profesional, la pareja, las amistades, el estado de salud y un largo y, en ocasiones, doloroso etcétera).

 

(Valoración final) Polillas y la atracción reconfortante (y trágica) de la luz

A pesar de ser víctimas de la ilusión de comprender el pasado y de la de anticipar el futuro, las hemos acabado interiorizando de tal modo que esta disociación cognitiva ha quedado absolutamente invisibilizada. Como polillas atraídas por la luz, no somos conscientes ni de su irresistible atracción ni tampoco de sus efectos. Y no lo somos porque estas ilusiones nos reconfortan profundamente.

Como apunta KAHNEMAN (268), nos causa sosiego porque reduce

«la ansiedad que experimentaríamos si reconociéramos francamente las incertidumbres de la existencia. Todos tenemos necesidad del mensaje tranquilizador de que las acciones tienen consecuencias previsibles».

Pero el mundo que nos rodea no es así.

No pretendo fastidiarles el día, pero creo que, de vez en cuando, es positivo sumergirse en el baño de humildad que supone asumir que nuestra vida está a expensas de una incertidumbre desbordante, cuya comprensión nos está completamente vetada.

Al menos, a mi personalmente, me ayuda a valorar mejor el aquí y el ahora.

 

 

 

Bibliografía citada

  • Isaiah BERLIN (2016), El erizo y el zorro, Austral.
  • David EAGLEMAN (2022), Incógnito, Anagrama (3ª Ed.).
  • Ward FARNSWORTH (2020), El analista jurídico, Aranzadi.
  • Michael GAZZANIGA (1993), El cerebro social, Alianza.
  • Daniel KAHNEMAN (2012), Pensar rápido, pensar despacio, Debolsillo.
  • Michael J. MAUBOUSSIN (2013), La ecuación del éxito, Empresa activa.
  • Kathryn SCHULZ (2015), En defensa del error, Siruela.
  • Philip E. TETLOCK (2016), El juicio político de los expertos, Capitán Swing.

 

 

 

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