Sobre la corteza cerebral y, de paso…, el libre albedrío

 

La corteza cerebral o neocórtex, como exponen Jeff HAWKINS y Sandra BLAKESLEE (Sobre la inteligencia, Espasa) es la principal causante de la inteligencia del homo sapiens. Su grosor es el equivalente aproximado a unas 6 tarjetas de visita colocadas una encima de la otra (unos 2 milímetros) y, si pudiéramos «plancharla», con unas dimensiones similares a una servilleta grande. Está colocada «encima» del cerebro «viejo» y su aparición es, en términos evolutivos, relativamente «reciente». Ocupa tres cuartas partes del volumen cerebral y sus pliegos característicos serían la resultante del escaso espacio del cráneo, como si tratáramos de poner una servilleta en una copa de vino grande. Aunque no se sabe con exactitud, se estima que la corteza podría tener hasta 30.000 millones de células nerviosas o neuronas.

Estos 30.000 millones es células conforman su identidad como ser.

La inteligencia humana gravita esencialmente en la capacidad de la corteza cerebral de crear patrones que provienen de las fibras nerviosas sensoriales y de la capacidad de predicción que los mismos habilitan. Nuestra inteligencia se fundamenta en la lógica predictiva implícita en los patrones que somos capaces de extraer, fundamentalmente, de nuestra experiencia.

Todos los mamíferos tienen corteza cerebral, aunque, en el caso de los humanos, es significativamente más grande en comparación al tamaño de nuestro cuerpo. El neocórtex, además de la inteligencia, también es el causante de la conciencia.

Me imagino que se estarán preguntando por qué les hablo de todo esto.

Hay varios y poderosos motivos por los que un jurista del Siglo XXI debería empezar a pensar seriamente en este órgano como un elemento susceptible de especial protección jurídica. Y, en particular, en nuestra mente inconsciente (esto es, el yo inconsciente). Aproximación que, si me permiten un poco de «autobombo», me complace comunicarles que he abordado en un libro que, si todo va bien, se publicará en unas semanas, antes del verano.

No obstante, me gustaría aprovechar esta entrada para compartir algunas reflexiones «extrajurídicas» (o «metajurídicas», según se mire) sobre la corteza cerebral y su relación con la mente.

Thomas HOBBES sugirió que la mente podía explicarse en términos mecánicos. Oponiéndose a este enfoque, René DESCARTES, por su parte, propuso una aproximación dualista: el alma no está hecha de materia, no es algo físico. Por consiguiente, sostenía que no puede ser explicada sobre la base de principios físicos. Entendía que la mente está dentro del cuerpo que controla. En concreto, que se encuentra en la cabeza en estrecho contacto con el cerebro. En esta mente incorporóea radicaría el libre albedrío.

Literalmente, lo expresó como sigue (Discurso del método, Austral, 66):

«yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar y, que no necesita, para ser, de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material; de suerte que este yo, es decir, el alma por la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste, y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es».

Es difícil medir la trascendencia que ha tenido este enfoque a lo largo de los siglos en diversos ámbitos de las ciencias, de la religión y de la filosofía y también en el ideario colectivo (repárese que DESCARTES defendía la inmortalidad del alma).

No obstante, el avance científico ha ido arrinconando esta propuesta cartesiana dualista a su mínima expresión (quedando reducida a una teoría marginal – aunque en la opinión pública sigue siendo un planteamiento muy extendido y común). De hecho, aunque se admitiera su existencia, todavía quedaría por demostrar cómo el alma es capaz de materializar sus designios y transmitir la información al cerebro para generar los impulsos que precipitan nuestro comportamiento. Nada sugiere que esto exista.

Quizás, se estén preguntando: entonces, si el alma separada del cuerpo no existe, ¿tenemos libre albedrío?

La respuesta a esta pregunta es negativa: tampoco tenemos libre albedrío.

Los procesos bioquímicos son los únicos causantes del comportamiento, sensaciones y emociones. Las neuronas sólo responden a una raíz biológica (de ahí que se hable de teorías monistas). Soy consciente que esta constatación científica es incómoda (y, probablemente, inquietante). Al menos, lo es para mí. Y, como podrán imaginarse, aunque los neurocientíficos sólo han sido capaces de rascar en la superficie, si los avances científicos siguen confirmando estas evidencias, las implicaciones jurídicas son abisales.

No obstante, esto no significa que el comportamiento esté absolutamente predeterminado. La titánica complejidad del cerebro, el torrente de actividad subterránea, los miles de billones de interacciones de las neuronas, combinados con las de otras personas (y de sus respectivos cerebros), son los que lo impiden.

Entonces, el yo, es decir, el homúnculo que está sentado detrás de nuestros ojos, ¿quién es?

No lo sabemos todavía con exactitud. Una posible explicación tiene que ver con la perspectiva del cerebro como un «aparato de patrones» que he mencionado anteriormente.

Piensen (siguiendo a HAWKINS y BLASKESLEE, 230 y  231) que el cerebro es una caja oscura y silenciosa. Sólo tiene «conocimiento» del mundo exterior de forma indirecta, a través de los impulsos que recibe de los sentidos, debidamente «formateados» a un «lenguaje común». El cerebro sólo sabe de nuestro cuerpo del mismo modo que sabe del resto del mundo que nos rodea: «no existe una distinción especial entre dónde termina el cuerpo y dónde empieza el resto del mundo».

La cuestión es que la corteza cerebral, que lo «patroniza todo», paradójicamente, no puede obtener un patrón del cerebro porque éste no tiene sentidos que permitan hacerlo (no tiene «sensores» de sí mismo). El cerebro es un órgano esquivo y misterioso. A diferencia del corazón, con sus latidos, o el estómago, cuando se mueve o gruñe, no emite señal sensorial alguna de su existencia.

Esta imposibilidad de obtener patrones da pie a una reflexión de los citados autores que me gustaría compartir con ustedes y que es el motivo de esta breve entrada. Especialmente porque podría ser la explicación de «por qué nuestros pensamientos parecen independientes de nuestro cuerpo y por qué parece que tengamos una mente o alma independiente». En concreto, «La corteza cerebral construye un modelo de nuestro cuerpo, pero no puede construir un modelo del mismo cerebro. Nuestros pensamientos, que se localizan en el cerebro, están separados físicamente del cuerpo y el resto del mundo».

De modo que puede concluirse que

«la mente es independiente del cuerpo, pero no del cerebro.

(…). Es natural imaginar que nuestra mente continuará después de la muerte de nuestro cuerpo, pero cuando el cerebro muere, también lo hace la mente».

Con este desenlace, es muy humano desear que DESCARTES tuviera razón …

 

 

 

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1 comentario en “Sobre la corteza cerebral y, de paso…, el libre albedrío

  1. Y asumiendo que todo ello es así, y lo improbable de la existencia del libre albedrío, la pregunta que habría que hacerse sería: si somos conscientes que el comportamiento y decisiones del ser humano están siendo sistemáticamente pautados a través de ese inmenso universo de algoritmos y big data que avoca a la IA, ¿es momento de dejar paso a que el derecho natural…o filosofía del derecho pongan límites ciertos para garantizar un espacio de libertad?

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