En lo que va de año, 859 personas migrantes han fallecido en el mar Mediterráneo; 13.244 desde 2014 (fuente: TV3). Desconocemos, no obstante, el número real.
Y, a pesar de estos datos, tendemos a mostrar una elevada indiferencia y pasividad.
De vuelta de las vacaciones, creo que vale la pena compartir algunas reflexiones sobre una tragedia que se desarrolla no muy lejos de nuestras playas, mientras disfrutamos de nuestro descanso estival estirados en la arena.
A. Globalización y movilidad semipermeable
Aunque es frecuente que se asocie el término «globalización» al de «sociedad global», lo cierto es que, siguiendo la interesante exposición de LESSENICH (p. 135 y ss.), paradójicamente, se ha traducido en oportunidades asimétricas de movimiento físico para las personas.
En efecto, esta «libertad» es claramente desigual, pues, los impedimentos de movimiento selectivos para «los de ahí fuera» son evidentes.
Lo que, entre otros motivos, ha llevado a algunos a autores a calificar a la globalización («simplemente») como la «última fase» (hasta ahora) del capitalismo (OVEJERO, p. 41).
A la luz de todo lo anterior, no cabe duda que la libertad de movimiento no es un valor universalizable, especialmente, porque «los prósperos del capitalismo del bienestar solo quieren juntarse con sus semejantes» (LESSENICH, p. 140). De modo que, citando a BAUMAN, «se fomenta viajar para hacer ganancias, se condena viajar para sobrevivir» (LESSENICH, p. 176).
En efecto, en el fondo, la globalización también opera como frontera, pues, inspirada en la cultura de la sospecha, se acompaña de la delimitación de
«zonas aseguradas de prosperidad que tratan de aislarse de las exigencias excesivas de la realidad social. Quien entra sin autorización en el hogar familiar de los ciudadanos del bienestar irrumpe en el estilo de vida de los privilegiados, es más, vulnera la integridad de su entorno vital» (LESSENICH, p. 139).
Puede hablarse, entonces, de una clara «brecha de la movilidad global» (LESSENICH, p. 147), en la que se da una clara desigualdad de estatus entre los países ricos y los pobres y que se evidencia claramente a través del reconocimiento de la exención de visados para unos y la imposición de visados para otros.
De hecho (LESSENICH, p. 149),
«esta libertad de movimiento radicalmente desigual guarda estrecha relación estadística con la riqueza de las naciones: cuanto más elevado es el PIB y, de modo correlativo, la plusvalía económica per cápita de un país, tanto más libremente pueden desplazarse por el mundo las cabezas y los cuerpos procedentes de tal país. La riqueza hace móvil» .
De modo que (LESSENICH, p. 151 y 152), nuestras fronteras son permeables hacia fuera e impermeables hacia dentro. Esta semipermeabilidad garantiza a los hijos del bienestar el consumo de experiencias exóticas transnacionales (gracias a la hipermovilidad que explota la industria del turismo), garantizándonos al mismo tiempo la preservación de nuestra isla de bienestar.
Y, para garantizar esto último, hemos deslocalizado nuestras fronteras, desplazándolas lo más lejos posible («pushing the borders out«) a través de la tramitación administrativa de la documentación en origen mediante nuestros consulados y embajadas en el extranjero, convirtiéndose en nuestra «primera línea de defensa» frente al acceso indeseado a nuestro territorio.
De hecho, el sesgo del afecto, al que me he referido en otras ocasiones (ver aquí), podría estar teniendo un poderoso efecto en nuestra percepción de este fenómeno, pues, el bienestar que la semipermeabilidad nos provee (permitiéndonos cruzar nuestras fronteras sin apenas dificultades), nos ciega frente al sufrimiento de quienes se les deniega jurídicamente acceder a nuestro territorio (en nuestro nombre o con vistas a preservar nuestra prosperidad).
B. Capacidad de acogida limitada y la «Nación como Familia»
A la luz de lo expuesto, creo que puede ser interesante tratar de comprender los motivos que llevan a algunos sectores a entender que «el bote salvavidas está lleno» y, por consiguiente, nuestra capacidad de acogida llamada nacionalidad es limitada (LESSENICH, p. 159).
Como expone HARARI (p. 334 y 335), los planteamientos políticos que se oponen a la inmigración, de algún modo, han «sofisticado» su discurso y, lejos de apelaciones a la raza, tienden a alegar motivos «culturales»: puesto que muchos inmigrantes no quieren (y quizás no pueden) adoptar los valores occidentales, no se les debería permitir entrar, no sea que fomenten conflictos internos y corroan la democracia y el liberalismo europeos.
Y llegados a este estadio, utilizando una estrategia tan vieja como efectiva, han apelado al «sesgo alarmista«, explotando la tendencia de los ciudadanos a decantarse por los relatos más alarmantes de entre los diversos escenarios posibles (SUNSTEIN, p. 116).
Sin embargo, más allá de la simplicidad de estos argumentos, creo que puede ser interesante tratar de descifrar la matriz conceptual que nutre estos planteamientos (si me lo permiten, llamémosles) «conservadores» (y también la de los que podríamos calificar como «progresistas»).
En este sentido, lo que se conoce como la «moral del padre estricto» y la «moral del padre atento», propuestas por LAKOFF, ofrecen a mi entender un potencial explicativo muy sólido al respecto. Y, en este sentido, permítanme que comparta algunas notas al respecto, aun a riesgo de simplificar su discurso en exceso.
Este planteamiento, que se enmarca en lo que se conoce como lingüística cognitiva y el análisis de las metáforas conceptuales, describe los dos sistemas morales que imperan en los Estados Unidos y que se basan de los modelos de familia ideales o prototípicos: «progenitor estricto» (conservador) y «progenitor atento» (progresista – aunque él lo califica como «liberal»).
Estos modelos, basados en largamente arraigada experiencia cultural, inducen diferentes formas de razonamiento y sistemas morales. Y, a través de la concepción metafórica de la «Nación como Familia» (y el Gobierno o el Jefe del Estado en el de «progenitor»), tienen una proyección en el campo de la política, dando como resultado visiones políticas del mundo conservadoras o progresistas (así como a múltiples derivadas).
Por poner un ejemplo, de la misma forma que el progenitor debe proteger a los hijos, se entiende que el Gobierno debe proteger a los ciudadanos (LAKOFF, p. 181).
Aunque soy consciente de las diferencias que median entre la política, la sociedad y la cultura norteamericana y la de nuestro país o la Europea, creo que son muchos los aspectos extrapolables a nuestra realidad.
Especialmente, porque el enconamiento político de las principales posturas ideológicas no es un fenómeno exclusivo de nuestro entorno (una breve muestra de la situación en EEUU en, PINKER, p. 453). Y, de hecho, como denominador común, cada posicionamiento tiende a calificar el del contrario como irracional e, incluso inmoral (y, obviamente, lo contrario respecto del propio); y sobre todo son absolutamente refractarios a los contraargumentos de sus «oponentes», lastrando el diálogo y la identificación de espacios de consenso.
De ahí que creo que es conveniente tratar de «desencriptar» el código del sistema moral que los inspira para tratar de posibilitar un diálogo a través de la misma «frecuencia de onda».
1. Breves notas sobre la «moral del progenitor estricto» y del «progenitor atento»
Veamos, a continuación, de forma muy esquemática las características esenciales de ambos modelos (LAKOFF, p. 187 y ss.):
– El modelo familiar del progenitor estricto se articula a partir de las siguientes categorías morales: propugna la disciplina autoimpuesta, la responsabilidad y la autonomía. También sostiene la moral de la recompensa y el castigo, de modo que aspira a evitar la injerencia en la búsqueda del interés propio, propugna el castigo como forma de sostenimiento de la autoridad legítima y también en caso de falta de disciplina autoimpuesta (esto es, en caso de mostrar debilidad). Un aspecto también muy relevante a los efectos de esta entrada es que aspira a proteger a las personas de los males que se califican como externos y a mantener el orden moral.
Desde este punto de vista y proyectándolo a la política, y para ilustrar, se entiende que la pobreza es una consecuencia de la debilidad moral (falta de fortaleza y carácter, provocadas por la ausencia de disciplina y sacrificio) y cualquier pretensión de alegar causas sociales que la expliquen carecen de relevancia (p. 101). Por consiguiente, el éxito siempre es merecido y el resultado de una competición (que es lo que garantiza el desarrollo de las habilidades que forjan el carácter y la posterior percepción de una recompensa – o el castigo en caso de debilidad – p. 94). Así pues, toda restricción a la competición debe ser calificada como inmoral.
Extremos que también justificarían el rechazo a las prestaciones sociales o las medidas de discriminación positiva (pues, solo sirven para consentir a los ciudadanos, convertirlos en perezosos, debilitando su carácter y a no valerse por sí mismos) y también explicarían el incremento del gasto militar (para la protección a la «familia» – la Nación – frente a lo externo).
Repárese que, lo que a primera vista podría ser calificado como una contradicción manifiesta (pues, ambas medidas difieren respecto a la estrategia respecto del gasto público), la matriz conceptual que propone LAKOFF les daría coherencia (al margen de si se comparte o no).
– El modelo familiar del progenitor atento (que provee atención/cuidados) se articula a partir de las siguientes categorías: conductas empáticas y promoción de la equidad y, en base a la cooperación y la interdependencia, ayudar y proteger a quienes no pueden ayudarse o protegerse a sí mismos. Promocionar la realización en la vida y la atención a uno mismo y el fortalecimiento propio para conseguir lo anterior.
Es coherente con esta postura (de nuevo, al margen de si se comparte o no) que la competición no sea promovida como un bien supremo, pues, instiga conductas agresivas y neutraliza la cooperación y la interdependencia.
Proyectando estos vectores al ámbito de la política y siguiendo con el ejemplo anterior, se entiende que las rebajas fiscales que promueven los conservadores sean calificadas como injustas porque ayudan a las personas que no las necesitan y no lo hacen a los que sí (p. 37). Argumento que también contribuiría a cuestionar ciertos incrementos del gasto militar.
A su vez, desde este posicionamiento, las causas sociales y la estructura de clases tienen una incidencia determinante en las posibilidades de progresión vital y en la injusticia social. Lo que ampararía la intervención del Estado y la redistribución de la riqueza a través de los impuestos.
2. La inmigración a la luz de la moral del progenitor estricto/pogrenitor atento
Las reacciones frente al fenómeno de la inmigración cobran una «nueva coherencia» a la luz de estos planteamientos (alineándose con el posicionamiento respecto a otras cuestiones):
– Desde el punto de vista de la moral del progenitor estricto (LAKOFF, p. 213 y 214), los inmigrantes ilegales son actores que incumplen la Ley y deben ser castigados. En cambio, las personas que los contratan no cometen ningún agravio, pues, se limitan a seguir su legítimo interés propio. Los inmigrantes no son ciudadanos y, por consiguiente, no son hijos de la familia común.
Esperar que el Estado
«proporcione alimento, techo y atención sanitaria a los inmigrantes ilegales es como esperar que una familia alimente y dé techo y cuidados a niños del barrio que se cuelan en nuestra casa sin permiso. No se les ha invitado, no pintan nada en nuestra casa y no somos responsables de su cuidado».
– Desde el punto de vista de la moral del progenitor atento, las personas «desvalidas y sin intencionales inmorales son vistas como niños inocentes que necesitan atenciones».
El estigma de la ilegalidad debería recaer sobre los empleadores que incumplen la Ley en búsqueda de su beneficio propio. Los inmigrantes ilegales son vistos como «niños» a los que se ha «atraído» al hogar nacional y que contribuyen vitalmente a su funcionamiento (haciendo trabajos que los nacionales no están dispuestos a aceptar – describiendo lo que se conoce como «global care chains»). Por este motivo, desde esta perspectiva se entiende que no se les puede echar a la calle y se les debe atender, garantizándoles unos servicios básicos y debiendo ser considerados como ciudadanos en potencia.
C. Valoración final
Los modelos morales descritos, como es evidente (y también advierte LAKOFF, p. 309) no son monolíticos, existiendo una variada gama de visiones que describen múltiples variaciones (de hecho, una persona podría adoptar ambos de forma simultánea en distintos ámbitos de su vida).
En todo caso, la preocupante simplicidad del discurso político (en muchos casos, condensada en un puñado de caracteres y con el único propósito de acumular estériles «likes» y «retuits»), imposibilita dilucidar las razones que motivan las posturas de los oponentes políticos, gangrenando el discurso público y haciendo inalcanzable la adopción de soluciones consensuadas que respondan a los enormes desafíos que nos acechan. Y, no cabe duda que uno de ellos es la inmigración.
En particular, porque es evidente (LESSENICH, p. 171) que «los saltos en el nivel de bienestar que se pueden lograr emigrando son siempre tan grandes que, obedeciendo a un cálculo puramente económico, sería una pura insensatez apostar por un ascenso social en la patria que tuviera un alcance siquiera aproximadamente similar».
De ahí que es una ilusión pensar que el éxodo migratorio es un fenómeno transitorio y/o que las barreras, vallas y concertinas serán suficientemente disuasivas y/o efectivas.
En paralelo, debemos lidiar con una dificultad añadida, pues, como ciudadanos, cuando una crisis supera nuestra capacidad de imaginarla somos víctimas de lo que se conoce como el «efecto de la gota de agua en el océano» (ARIELY, p. 231) y nos quedamos paralizados. En efecto, como he apuntado al inicio, tendemos a mostrar una elevada pasividad cuando nos informan sobre catástrofes humanitarias a partir de «víctimas y sufrimientos estadísticos». Especialmente porque, como afirma ARIELY (p. 239 y 240), solo el sufrimiento individual y personal nos interpela. A la luz de esta información «identificable», nos conmovemos y, al movilizar nuestras emociones, superamos nuestro umbral de indiferencia.
A su vez, aunque quizás esté equivocado en mi percepción, tengo la impresión de que somos inconscientes de lo afortunados que hemos sido en lo que LESSENICH (p. 156) califica como la «lotería del derecho nativo«:
«quien nace en el lugar correcto, y encima en el momento apropiado, ha tenido la suerte en la lotería de las oportunidades vitales» .
Aunque pueda resultarnos espantoso, como expone KAHNEMAN (p. 286 y 158), es demostrablemente verdadero la incidencia de la suerte en nuestras vidas. En cambio, «estamos demasiado dispuestos a rechazar la creencia de que mucho de lo que vemos en la vida es azar».
Y lo más interesante es que «las explicaciones causales de acontecimientos aleatorios son inevitablemente falsas» (KAHNEMAN, p. 159). De ahí que creo que sería prudente que no nos olvidáramos de nuestra absoluta dependencia al ciego azar.
Para concluir, y siguiendo la exposición de SANDEL (p. 189), citando las palabras de RAWLS, creo que conviene «compartir los unos el destino de los otros» y «sacar provecho de los accidentes de la naturaleza y de las circunstancias sociales solo cuando redunda en el beneficio común».
Bibliografía citada
- ARIELY, D. (2011). Las ventajas del deseo. Ariel.
- HARARI, Y. N. (2015). Sapiens, Debate.
- KAHNEMAN, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Debolsillo.
- LESSENICH, S. (2019). La sociedad de la externalización. Herder.
- LAKOFF, G. (2016). Política moral. Capitan Swing.
- OVEJERO BERNAL, A. (2014). Los perdedores del nuevo capitalismo. Biblioteca nueva.
- PINKER, S. (2018). En defensa de la ilustración. Paidós.
- SANDEL, M. J. (2011). Justicia. Debolsillo.
- SUNSTEIN, C. R. (2009). Leyes de miedo. Katz.
Muy buena lectura para iniciar el nuevo curso. Muchas gracias por su artículo. Un buen trabajo.