Sobre el error (y los falsos recuerdos y las pruebas testificales)

 

No sabemos que no sabemos. Y esto nos hace más propensos al error. Y lo más preocupante es que no somos conscientes de ello.

Las implicaciones (personales y profesionales) de esta particularidad «tan humana» son de tal magnitud que acongoja que no le prestemos mayor atención.

Obviamente, el mundo del Derecho no está exento de este fenómeno y sus implicaciones pueden ser particularmente inquietantes y profundas.

Así que, si tienen curiosidad por saber qué nos induce a comportarnos de este modo, les invito a leer esta entrada.

No sabemos que no sabemos

De hecho, se nos da muy mal asumir que no sabemos que no sabemos. Hasta el extremo que (KAHNEMAN, p. 117 y 118), cuando la información es escasa, no tenemos problemas en complementar rápidamente la información que nos falta con datos que no tenemos e intuitivamente «saltamos» directamente a la conclusión que nos parece más verosímil.

Y lo hacemos sin prestar excesiva atención sobre su exactitud. En realidad, la coherencia de nuestra «historia resultante» es tan firme que mostramos una confianza ciega en su certeza.

Para ilustrar, siguiendo con un ejemplo que expone KAHNEMAN, les ruego que reparen en la siguiente frase:

«¿Será Mindik una buena líder?

Ella es inteligente y fuerte…«.

Si tuvieran que responder a esta pregunta (pueden volverla a leer si quieren), lo más probable es que la mayor parte de ustedes responderían afirmativamente.

Permítanme que trate de explicarles cómo actuamos en estas situaciones:

escogemos «la mejor respuesta basada en la muy limitada información disponible, pero adelantamos acontecimientos».

Y lo hacemos (adelantar las conclusiones) porque no tenemos toda la información sobre Mindik. En efecto, «¿qué pasaría si los dos siguientes adjetivos fuesen corrupta y cruel?».

Si tuviéramos esta información complementaria, probablemente, modificaríamos nuestra conclusión inicial. Sin embargo, sin saber estos datos, nos hemos lanzado a ciegas a considerar que Mindik sería una fantástica líder.

Y, en paralelo, también les ruego que reparen qué es lo que no hacemos en estos casos:

no nos preguntamos qué deberíamos saber antes de formarnos una opinión sobre la calidad de liderazgo de una persona.

Y, por consiguiente, no evaluamos si la información inicialmente facilitada (inteligente y fuerte) es verdaderamente determinante para saber si Mindik podría ser una buena líder.

En todo caso, como apunta SCHULZ (p. 113, 116, 119 y 121) «creer cosas basadas en pruebas deficientes es el mecanismo que hace funcionar la milagrosa maquinaria de la cognición humana».

En efecto, nuestro razonamiento inductivo se fundamenta en esta estrategia, pues, no paramos de hacer conjeturas sobre la base de la experiencia pasada. Creemos que un hecho es más probable basándonos en nuestra propia experiencia anterior (olvidándonos si es lógicamente válido y teóricamente posible). Hacemos grandes conclusiones basándonos en datos muy pequeños.

De ahí que,

– por un lado, seamos esencial e inevitablemente falibles, pues, aunque nuestras conclusiones pueden ser probabilísticamente ciertas, son posiblemente falsas; y,

– por otro lado, «dado que el único propósito del razonamiento inductivo es extraer presuposiciones generales basadas en pruebas limitadas, es una máquina formidable para generar estereotipos«.

A la luz de lo expuesto, imagínense la incidencia que pueden tener estas dos afirmaciones en, por ejemplo, los procesos de selección de personal.

 

El «efecto halo» y el «sesgo de la retrospección»

Al hilo de lo anterior, lo que se conoce como «efecto halo» es especialmente ilustrativo de nuestra tendencia «humana» a saltar a las conclusiones (aunque hay muchos otros). Así, por ejemplo, (SUTHERLAND, p. 49)

«si alguien posee un rasgo positivo destacado (disponible), es probable que los demás consideren el resto de sus rasgos mejor de los que en realidad son».

Extremo especialmente explotado, entre otros ámbitos, en la publicidad en la que aparecen deportistas profesionales («si juega bien a la pelota, también debe ser bueno seleccionando la mejor hamburguesa«).

O bien, a «toro pasado», tendemos a encontrar una correlación absolutamente lógica de los acontecimientos que acaban de acontecer (proceso que se conoce como «sesgo de la retrospección«).

Así, por ejemplo, la identificación de las «causas» que «han provocado» un determinado resultado electoral por parte de los (expertos) tertualianos al día siguiente de la votación es un buen ejemplo. Lo que, dicho sea de paso, siempre hace que me pregunte por qué, si la correlación era tan clara, no nos lo han anticipado a todos (seguro que a los partidos les hubiera venido muy bien…). De hecho, podrán (volver a) observar este fenómeno los días posteriores al 10-N.

En definitiva (KAHNEMAN, p. 118 y 119), aprobamos muchas creencias intuitivas e impresiones y, además, tendemos a ser insensibles a la cualidad y cantidad de la información que obtenemos de las mismas. Tendemos a «saltar a las conclusiones», sin dedicar excesivo tiempo a cuestionar la coherencia de las mismas. Y no sólo eso, pues, en este proceso suprimimos la duda y la ambigüedad.

 

Certeza basada únicamente en lo que vemos (y exceso de confianza)

Reparen que, a pesar de estos «saltos», no tenemos problemas para aceptar estas conclusiones como verdaderas. Aunque se basen en datos manifiestamente parciales y/o incompletos.

De modo que, no tenemos ningún inconveniente en actuar como si lo que vemos fuera todo lo que hay (y que, como apuntaba en otra entrada a propósito del futuro del empleo, KANHEMAN lo sintetiza con esta frase: «what you see is all there is» – WYSIATI – abreviatura de las iniciales).

De hecho, como expone SCHULZ (p. 84) nos gusta explicar las cosas incluso cuando la verdadera explicación se nos escapa. Y esto provoca un efecto, cuanto menos curioso, pues (p. 77),

«tenemos la sensación de estar en lo cierto porque tenemos la sensación de estar en lo cierto: tomamos nuestra propia certidumbre como indicador de exactitud».

Y, añade (p. 74), «la sensación de saber algo es increíblemente convincente y desmesuradamente satisfactoria». Y es esta firme convicción en la certeza de lo que creemos lo que nos impide pensar que, quizás, podemos estar equivocados. O, dicho de otro modo (p.73), «nuestra capacidad de hacer caso omiso al hecho de no saber algo funciona de maravilla».

Tenemos una desmesurada confianza en nuestras creencias, a pesar de que las hayamos obtenido a partir de muy pocos datos. Y, derivado de esta circunstancia, puede extraerse una conclusión que es absolutamente trascendente (KAHNEMAN, p. 120),

«a menudo dejamos de tener en cuenta la posibilidad de que falte la evidencia que podría ser crucial en nuestro juicio«.

Lo que, de nuevo, nos vuelve a llevar al «problema del pavo«. Porque (PIATTELLI, p. 51) «haber experimentado repetidas veces ‘cómo son las cosas’ a menudo no sirve para elaborarnos una representación exacta de ellas».

En efecto, reparen que (SCHULZ, p. 123) «no reunimos el máximo de pruebas posible con el fin de llegar a una conclusión; llegamos a la máxima conclusión posible basándonos en el mínimo de pruebas posible».

 

La certeza nos gusta

Lo expuesto en el apartado anterior está muy relacionado con el sesgo de confirmación al que me referí en una entrada reciente, pues,

«no valoramos las pruebas de forma neutral; las valoramos a la luz de cualquiera teorías que nos hayamos formado tomando como base cualquiera otras pruebas anteriores con que hayamos tropezado».

En efecto, (PIATTELLI, p. 124)

«cuando se está convencido del valor de una correlación positiva, aun cuando ésta pueda ser objetivamente ilusoria, se consigue siempre encontrarle nuevas confirmaciones y justificar sus causas».

Y, además, como recordarán, el descuido de refutación hace que no nos preocupemos en buscar las fuentes que puedan poner en tela de juicio nuestras creencias.

En el fondo (SCHULZ, p. 162) es posible que

«la certeza sea una necesidad práctica, lógica y evolutiva, pero la verdad más elemental acerca de ella es que gusta. Nos proporciona la consoladora impresión de que nuestro entorno es estable y cognoscible y de que por consiguiente estamos seguros en él. Y lo que es igual de importante, nos hace sentirnos informados, inteligentes y poderosos. Cuando estamos en lo cierto, somos señores de nuestros mapas: los límites exteriores de nuestro conocimiento y los límites exteriores del mundo son los mismos»

De ahí que la falibilidad del conocimiento nos resulte tan perturbadora y decepcionante (y nos cueste tanto asumirla).

 

El carácter automático e imperceptible del error

Si seguimos con el ejemplo de Mindik, habrán reparado que hemos «saltado a las conclusiones» de forma «automática». Y esto es así porque (SCHULZ, p. 62) «no podemos percibir cómo percibimos». Los «mecanismos que dan lugar a nuestras percepciones operan casi enteramente por debajo del nivel consciente», de modo que (y este es un fragmento que estimo especialmente importante),

«como no podemos aprehender estos procesos en acción ni tampoco tomar nota de los lugares en los que podría introducirse el error, creemos que no podemos equivocarnos. O, dicho con más exactitud, no creemos que podamos equivocarnos. El ser totalmente ajenos al acto de interpretación hace que seamos insensibles – literalmente – a la posibilidad del error«.

De modo que (p. 28 y 29) si es «literalmente imposible sentir que estamos equivocados (…) entonces tiene sentido concluir que estamos en lo cierto».

Y esto es así porque «no existe ninguna experiencia de equivocarse», sino que, en cambio, sí que tenemos la «experiencia de darse cuenta de que uno se ha equivocado». Mientras no somos conscientes de que estamos equivocados, creemos estar en lo cierto. Y en este estadio, no hay margen para el error (somos víctimas de la «ceguera al error»). Lo que nos ofrece una nueva evidencia de los factores que nos impulsan a defender nuestras convicciones con uñas y dientes (al margen de su certeza).

De modo que «la ceguera al error contribuye a explicar por qué aceptamos la falibilidad como un fenómeno universal [esto es, en los otros] y sin embargo nuestras propias equivocaciones nos sobresaltan constantemente».

 

Recuerdos falsos y prueba testifical

Si lo apuntado hasta ahora lo trasladamos al ámbito de los recuerdos, son muchas las evidencias que muestran nuestra tendencia a tener recuerdos falsos (de hecho, la «curva del olvido de Ebbinghaus» describe una gráfica sobre la disminución progresiva de la exactitud de nuestros recuerdos cotidianos o no).

Sin embargo, de nuevo, tenemos una convicción cegadora sobre la veracidad de los mismos (y los defendemos tenazmente), olvidándonos de que cada vez que los rememoramos no podemos evitar reconstruirlos, ensamblándolos de nuevo cada vez. Y esto sucede cada vez que los evocamos. De modo que podemos estar desviándonos progresivamente de su certeza mientras, paradójicamente, nos vamos ratificando en su absoluta veracidad y firmeza.

Las implicaciones de lo expuesto hasta ahora pueden abarcar innumerables situaciones y contextos de nuestra vida personal y profesional. En todo caso, no me negarán que esta circunstancia trasladada al ámbito judicial y, en especial, a las pruebas testificales puede ser demoledora.

De hecho, es obvio que la prueba testifical no suele ser tan contundente como una documental, pero, a la luz de lo expuesto, quizás, deberíamos colegir que cuanto menos es cuestionable que pueda llegar a ser «perfectamente» «válida» y, por ende, eficaz (un ejemplo, en contra, en STSJ Canarias\Tenerife 31 de enero 2019, rec. 654/2018).

Sin embargo, SCHULZ (p. 211), «el puro poder de persuasión de la experiencia en primera persona no es un buen indicador de su fidelidad a la verdad». Y, como apunta la citada autora, son múltiples las evidencias que confirman esta afirmación.

 

Valoración final

Siguiendo a PIATTELLI (p. 29), a la luz de lo expuesto, puede afirmarse que

«somos, pues, todos fácil presa de diferentes ‘ilusiones cognitivas’, es decir, ilusiones de saber, errores que cometemos sin darnos cuenta, con absoluta buena fe, y que muchas veces nos obstinamos en justificar con vehemencia, convirtiendo nuestra razón en esclava de nuestras ilusiones».

Y, aunque pueda resultar algo perturbador, en la medida que (SCHULZ, p. 211) «la sensación de saber no es un indicador fiable de exactitud», traten de reparar cuántas decisiones, opiniones, valoraciones, críticas, proyecciones y/o conclusiones alcanzan cada día en estas condiciones y cuál es el margen de error que asumimos.

A pesar de ello, la mayor parte de las ocasiones, nuestras intuiciones funcionan correctamente. «Simplemente» les recomiendo que traten de ser más cautelosos a la hora de gestionar la incertidumbre cuando se trata de adoptar decisiones sobre los aspectos más trascedentes de la vida.

Habrán comprobado que, últimamente, estoy dedicando especial atención a ciertos aspectos vinculados con la cognición humana (y si han seguido estas entradas, podrán comprobar la estrecha relación que existe entre los diversos aspectos abordados en ellas).

Soy consciente que al referirse a temas «no jurídicos», quizás, se escapen de las expectativas que los lectores habituales pueden tener sobre el contenido del blog.

No obstante, espero que, a pesar de ello, estas aproximaciones les resulten interesantes.

En especial porque estoy plenamente convencido que el Derecho no puede permanecer más tiempo alejado de estos enfoques:

– Si las normas jurídicas están dirigidas a promover el comportamiento socialmente deseado, no tenemos más remedio que tratar de comprender cómo somos y qué guía nuestra conducta.

– De otro modo, seguiremos creando normas a oscuras, sin saber si serán efectivas (ni cómo) y, lo que es peor, infrautilizando el potencial que atesoran para alcanzar el objetivo de política legislativa que se persiga.

Así que, si me lo permiten, trataré de seguir explorando en el conocimiento de nosotros mismos.

 

 

 


Bibliografia citada

  • KAHNEMAN, D. (2012). Pensar rápido, pensar despacio. Debolsillo.
  • PIATTELLI PALMARINI, M. (1995). Los túneles de la mente. Crítica.
  • SCHULZ, K. (2015). En defensa del error. Siruela.
  • SUTHERLAND, S. (2015). Irracionalidad: el enemigo interior. Alianza Editorial. 

 

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