El impacto de la revolución digital en el aprendizaje y el conocimiento del Derecho

 

El tránsito de la cultura oral a la cultura escrita: la «lectura profunda»

El progreso tecnológico, lejos de planteamientos deterministas, no avanza de forma autónoma, aunque, como apunta N. CARR (p. 65), “no es descabellado decir que el progreso tiene su propia lógica y que ésta no es siempre coherente con las intenciones o deseos de los fabricantes de la herramienta”. Y el alfabeto es una de ellas.

El tránsito, hace siglos, de una cultura puramente oral a una escrita (pese algunas ilustres resistencias) tuvo un efecto absolutamente revolucionario.

En efecto, en este estadio previo, el pensamiento se regía por la capacidad de la memoria humana y el conocimiento se basaba en lo que se recordaba, de modo que quedaba limitado a lo que se podía retener (y, en parte, el lenguaje – a través de la poesía – estaba dirigido a facilitar este proceso).

En cambio, la escritura “liberó el conocimiento de los límites de la memoria individual”, abriendo “la mente a nuevas y amplias fronteras de pensamiento y expresión” (CARR, p. 75, 84 a 87 y 97).

La progresiva disponibilidad de libros (y, muy especialmente, a partir de la invención de la imprenta por Gutenberg) también tuvo un intenso efecto en nuestras capacidades cognitivas, pues, la lectura profunda es una actividad que requiere una “eficiencia de orden mental muy considerables”. Especialmente porque exige “atención sostenida, ininterrumpida, a un solo objeto estático” y concentración intensa (descifrando el texto e interpretando su significado). Y, todo ello, durante un largo período. Lo que no es fácil, pues, de forma instintiva (en aras a nuestra autoprotección), tendemos a la distracción.

En paralelo, siguiendo con el citado autor, este proceso permitió a los escritores exponer argumentos más extensos, complejos y desafiantes, lo que precipitó la expansión de los límites del lenguaje (que, en un proceso de retroalimentación, incrementaron la originalidad, la claridad y la profundidad de la escritura). El impacto de estos procesos en la cultura y en la naturaleza de la educación y la erudición ha sido determinante (al menos, en la cultura occidental).

En definitiva, cuando los libros se convirtieron en un objeto de uso común, se generalizó la “mentalidad literaria” (antes limitada a los claustros de monasterios y la universidad), dando lugar a lo que se ha dado a conocer como la “República de las Letras” (CARR, p. 93 y 94).

 

El impacto de la revolución digital en la lectura profunda

La revolución digital, provocada por la generalización del ordenador y de internet, ha alterado de forma determinante este proceso cognitivo y de aprendizaje (CARR, p. 114 a 116).

No sólo porque la mera visualización en pantalla del texto altera nuestra experiencia lectora, activando otros estímulos sensoriales, sino que también “influye en el grado de atención que le prestamos y en la profundidad de nuestra inmersión en él”.

Por ejemplo, las posibilidades de interacción, el acceso a contenido multimedia, la existencia de hipervínculos en el contenido o las facilidades de búsqueda que internet nos provee (facilitando el salto de un texto a otro) son poderosos elementos de distracción. Especialmente, porque “la linealidad del libro impreso se quiebra; y con ella, la calmada atención que induce en el lector” (CARR, p. 130).

En definitiva, el acceso a más contenidos, aunque activa un mayor número de estímulos, tiende a interrumpir nuestra concentración. Efecto que se ve amplificado exponencialmente si se tienen activas las notificaciones del correo electrónico (o de las aplicaciones, widgets o software), nos enfrentamos a enlaces dinámicos o somos bombardeados por fugaces estímulos sensoriales.

La Red y las tecnologías de la información, con sus inputs, respuestas y recompensas inmediatas nos inducen a permanecer en un estado de multitarea mental constante, propiciando lo que los neurólogos llaman “costes de conmutación” y describiendo lo que podría denominarse como la “ecología de la interrupción” (CARR, p. 163 y 136). A su vez, su poderosa interactividad “exige nuestra atención de forma mucho más insistente” (CARR, p. 146).

Factores que, siguiendo con CARR (p. 147 y 148), proyectan un efecto paradójico, pues,

“la Red atrae nuestra atención sólo para dispersarla. Nos centramos intensamente en el medio, en la pantalla, pero nos distrae el fuego graneado de mensajes y estímulos que compiten entre sí por atraer nuestra atención (…)” devolviéndonos a nuestro “estado natural de distracción irreflexiva”. Y sin duda, esto impacta de forma significativa en nuestra capacidad de “pensar de forma profunda y creativa. Nuestro cerebro se centra en unidades simples de procesamiento de señales, pastoreando rápidamente los datos hacia la conciencia para abandonarlos con la misma celeridad”.

Y el interés comercial de la Red no contribuye a disipar este efecto. Especialmente porque está concienzudamente programada para bombardearnos con estímulos fugaces con el único propósito de captar nuestra atención, para que, de este modo, permanezcamos más tiempo en ella y, así, al desvelar más datos de nuestra personalidad, conseguir una información especialmente codiciada, pues, posibilita una segmentación personalizada de la publicidad.

Y este empacho de estímulos es posible porque, con una inocencia preocupante, no se exige filtro alguno que proteja al consumidor de estas redes (especialmente, de los más jóvenes). Lo que nos ha convertido en consumidores bulímicos, incapaces de desengancharnos de la adicción que se deriva de las pequeñas recompensas (notificaciones, novedades, likes, etc.) de la Red.

Como exponía en otra entrada, no cabe duda que estos estímulos van dirigidos a «nuestros monos en los hombros».

Estamos inmersos en un flujo incesante de información, absorbemos innumerables bits de datos, los procesamos, los transmitimos de vuelta y volvemos a recibirlos. Y este quehacer nos consume tanta atención que, ciertamente, es difícil saber qué papel jugamos en todo este proceso (HARARI, p. 418 y 419). No obstante, nuestro deseo, como aquellas polillas atraídas por la luz en la oscuridad, es formar parte de este flujo, fusionándonos con él.

De hecho, (si lo han intentado, creo que sabrán a qué me refiero) la desconexión es «dolorosa»: la abstinencia no tarda en aparecer y las tentaciones de retornar al flujo son muy poderosas (de hecho, las ciberadicciones o el trastorno de adicción a internet – internet addiction disorder, IAD – son crecientes).

 

La memoria a corto y a largo plazo

Diversos estudios evidencian los efectos neurológicos del proceso descrito en el apartado anterior, afectando particularmente a nuestra capacidad de lectura atenta y de ejecución de otras actividades de concentración sostenida, redundando negativamente en las de comprensión y retención (haciéndolas, cuanto menos, mucho más árduas).

Nuestro cerebro, siguiendo la síntesis de las investigaciones de SWELLER y ZHU que lleva a cabo CARR (p. 152 a 159), incorpora dos tipos de memoria diferenciados: la memoria a corto plazo (o de trabajo) y la memoria a largo plazo.

– La primera, con una capacidad limitada, se ocupa de conservar nuestras impresiones y pensamientos inmediatos, formando “el contenido de nuestra consciencia en un momento dado”.

– Y la memoria a largo plazo que, cuenta con una gran capacidad (casi ilimitada – p. 233), es el “archivo” y queda fuera de nuestra consciencia (salvo cuando un recuerdo es recuperado y se incorpora a la memoria de trabajo – sólo nos damos cuenta de que algo está almacenado cuando se lleva a la memoria a corto plazo).

Sin embargo, lejos de un mero repositorio de hechos, impresiones y sucesos, la memoria a largo plazo es la “sede del entendimiento”, al almacenar conceptos complejos y creando esquemas, de modo que, al organizar datos dispersos bajo un patrón de conocimiento, estos esquemas dotan a “nuestro pensamiento de profundidad y riqueza”.

Y la clave de este proceso es que “la profundidad de nuestra inteligencia gira en torno a nuestra capacidad de transferir información de la memoria de trabajo a la memoria a largo plazo”.

Y la atención es el elemento determinante para posibilitar la consolidación de la memoria (gran concentración, “amplificada por la repetición o por un intenso compromiso intelectual o emocional”) (CARR, p. 234 y 235).

La cuestión es que la memoria de trabajo, como se ha apuntado, tiene una capacidad extremadamente limitada y, además, la retención de estos elementos es compleja, pues, se desvanecen rápidamente (salvo que se renueven a través de la repetición).

 

El impacto de la Red en la memoria a corto plazo

La transferencia de datos de la memoria a corto plazo a la de largo, es como si tuviéramos que “llenar una bañera con un dedal” (CARR, p. 154), con la particularidad que, en la sociedad de la información, tenemos

“muchos grifos de información, todos manando a chorros. Y el dedal se nos desborda mientras corremos de un grifo al otro. Sólo podemos transferir una pequeña porción de los datos a la memoria a largo plazo, y lo que transferimos es un cóctel de gotas de diferentes grifos, no una corriente continua con la coherencia de una sola fuente” (que es lo que acostumbra a suceder con la lectura profunda).

Procesamos información muy rápidamente y cada vez más eficientemente, sin embargo, de este modo, nos entrenamos a distraernos, ofuscando la atención y dificultando la consolidación de la memoria (CARR, p. 235).

Si se supera la carga cognitiva capaz de almacenar la memoria de trabajo, ya no es posible

“retener más información ni extraer conexiones con la información ya almacenada en nuestra memoria a largo plazo. No podemos traducir los datos a nuevos esquemas. Nuestra capacidad de aprendizaje se resiente, y nuestro entendimiento no pasa de somero”.

De hecho, en la medida que nuestra capacidad de atención depende de la memoria de trabajo, si ésta está sobrecargada, nos distraemos todavía más, convirtiéndonos en “descerebrados consumidores de datos”.

En definitiva, la Red, al potenciar la división de la atención, genera desorientación por sobrecarga cognitiva.

La particularidad es que, a pesar de estos efectos (una nueva muestra del sesgo del afecto), personalizamos los servicios de la Red para que nos provean de mensajes y notificaciones constantes. De modo que, paradójicamente, la programamos para dividir nuestra atención y fragmentar nuestro pensamiento, y el malabarismo mental que nos auto inflingimos, precipita acusadas pérdidas de concentración y enfoque y, en el peor de los casos, malinterpretaciones y omisión de datos relevantes (CARR, p. 164 y 165).

 

El impacto de la Red en la memoria a largo plazo: nuestra dependencia creciente a la «memoria externa»

Si bien es cierto que, diversos estudios evidencian que nuestra “habilidad visual-espacial” se ha incrementado, en contrapartida, la superficialidad en nuestro pensamiento y en la síntesis de información que se deriva de la lectura en pantalla es un efecto nada improbable en la Red.

El acceso a ingentes cantidades de información (muy por encima de nuestra capacidad de procesamiento), nos fuerza a utilizar de forma creciente de herramientas para la gestión automatizada de dicha información a medida que se van sofisticando.

En definitiva, la forma que tenemos de aliviar el problema es buscando en las máquinas que, precisamente, de forma progresiva van agravando la sobrecarga de información (CARR, p. 206 a 208). Y éstas, al garantizarnos el acceso a este torrente de datos humanamente inabarcable (excediendo con mucho lo que puede ser de nuestro interés), nos fuerza a confiar cada vez más en ellas para mitigar nuestra angustia permanente. Así que «nuestros intentos de remediarla no hacen sino empeorar las cosas”.

De hecho, internet y sus bancos de datos ilimitados y de fácil acceso ha desplazado la forma de ver la memorización y la memoria, pues, aparecen como un sustituto (casi indistinguible de la memoria biológica)(CARR, p. 219).

Así, como apunta CARR en otra obra (2016, p. 98)

“el hecho de saber que la información estará disponible en una base de datos, parece reducir la probabilidad de que nuestro cerebro haga el esfuerzo necesario para formar recuerdos”.

Efecto que tiene, a su vez, derivadas muy preocupantes. Especialmente porque, siguiendo a M. CSIKSZENTMIHALYI (p. 185, 189 y 196),

por un lado, “una persona que no puede recordar está desprovista de la conciencia de sus experiencias anteriores y es incapaz de contruir modelos de conciencia que produzcan orden en su mente”; y, por otro lado, “una mente con contenidos estables es mucho más rica que otra sin ellos”. Especialmente porque es “una equivocación suponer que la creatividad y la memorización sean incompatibles”.

En el fondo, si no somos capaces de proveernos de información propia (a partir de nuestras habilidades y nuestra conciencia), la mente flota en la aleatoriedad, absolutamente expuesta a factores externos, fuera de nuestro control (y, por ello, pasto para la manipulación).

En definitiva, siguiendo la reflexión de BROOKS citada por CARR (p. 220), quizás no sea exagerado afirmar que en la sociedad de la información y el acceso a servidores cognitivos externos cada vez sabemos menos. Más información no es sinónimo de mayor conocimiento (de hecho, puede provocar lo contrario).

En este estado, resulta muy complejo alcanzar lo que se ha denominado el estado de flujo (al que hice referencia en otra entrada). Y la lectura profunda, estableciendo ricas conexiones mentales, precisamente, posibilita el pensamiento profundo y sereno.

Pues bien, el estado de distracción que propicia la Red no facilita la concentración profunda, ni tampoco el equilibrio entre los desafíos y las habilidades, ni el sentimiento de control y de satisfacción. El empacho de estímulos es tan fugaz, que el vacío consiguiente que genera sólo puede saciarse con nuevo consumo compulsivo que será sustituido en poco tiempo o se desvanecerá; o, si permanece, muy probablemente se consolidará de forma parcial.

Y el acceso a información de interés inmediato a través de estos filtros, hace que otorguemos “instantáneamente privilegios de validez a lo más nuevo y popular”. Y la caducidad de esta información es tan fugaz que, por ejemplo, apenas somos capaces de recordar los titulares de las noticias de pocas horas antes (¿cuántos tweets, feeds, fotos de instagram, post de un muro o noticias recientes son capaces de recordar? ¿Cuál es el más «viejo» que recuerdan?).

La bulimia informativa se ha apoderado de nosotros y la superficialidad también (de hecho, el mero gesto de un «like» es, en muchos casos, una muestra muy preocupante de la baja intensidad de nuestro compromiso ante algunos problemas y/o conflictos que nos rodean).

 

X Jornada de Docencia del Derecho y TIC

La digitalización de la educación (universitaria y no universitaria) no está exenta de todas estas circunstancias expuestas (tanto para estudiantes como para los docentes e investigadores). Con la particularidad de que la capacidad de los más jóvenes de ser conscientes de esta situación, prevenirse y sortear sus efectos colaterales son mucho más limitadas.

Especialmente porque, la exposición intensa a la Red, hace que, a pesar de que estemos lejos de un ordenador o de cualquier otro dispositivo electrónico (CARR, p. 236),

“nuestro cerebro se ha convertido en un experto en el olvido, un inepto para el recuerdo (…). A medida que el uso de la Web dificulta el almacenamiento de información en nuestra memoria biológica, nos vemos obligados a depender cada vez más de la memoria artificial de la Red, con gran capacidad y fácil de buscar, pero que nos vuelve más superficiales como pensadores”.

Así pues, y ahora hablo por mi mismo, en tanto que responsable de una parte de la formación de mis estudiantes, el reto que describe este escenario es hercúleo. Y, probablemente, lo primero que debemos hacer, es adoptar un posicionamiento crítico y reconocer el problema.

Y, precisamente para abordar el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación en el proceso de aprendizaje del Derecho, anualmente, los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC celebran una jornada con el propósito de compartir experiencias y estrategias docentes en este entorno.

El evento, que alcanza este año su décima edición y tendrá lugar el próximo 5 de julio de 2019 en Barcelona, se ha convertido en un foro de referencia y un espacio para tomar el pulso de la vanguardia de estas iniciativas a partir de los siguientes ejes temáticos:

  • Planificación de la docencia a través de las TIC.
  • Plataformas virtuales y evaluación de los aprendizajes.
  • Formación práctica del Derecho y TIC.
  • Herramientas de trabajo colaborativo.
  • Learning analytics aplicado a la docencia del Derecho

De hecho, los miembros del Comité organizador de las Jornadas (y que tengo el placer de co-dirigir con la Dra. Ana Delgado), estamos inmensamente complacidos, pues, este año hemos recibido una cincuentena de comunicaciones.

Así pues, aprovecho esta entrada para invitarles a su inscripción (pueden acceder a toda la información de la jornada aquí).

En todo caso, como un buen corredor de fondo, seguiré en el empeño de acotar mi malabarismo mental …  😉

 

 


Bibliografía citada

  • CARR, N. (2016), Atrapados, Taurus.
  • CARR, N. (2009), Superficiales, Taurus.
  • CSIKSZENTMIHALYI, M. (1996), Flujo, Kairós.
  • HARARI, Y. N. (2016). Homo deus, Debate.

 

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